28 de septiembre de 2011

Una linda historia



La operación de M.

M. fue operada hace algunas semanas. Luego de varios días, queriendo volver al ritmo cotidiano de su vida, subía las escaleras cuando tropezó, rodó por ellas y la herida se abrió nuevamente. Fue intervenida de emergencia y dejó de asistir al colegio por algunas semanas. Cuando volví a verla, me contó su terrible pesar, la incomodidad, el dolor, el miedo por lo que estaba pasando. Y eso se reflejaba en su rostro. O tenía desencajado: las cejas arqueadas, el gesto compungido. Pero no solo era un dolor físico, sino también espiritual. M. se sentía sola abatida, sin nadie a quien quejarse, a quien reclamarle. ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿He sido tan mala? Tengo apenas 18 años y ya dos operaciones.
Lo supe apenas la vi. De alguna manera, aquel día llevé por casualidad un libro que habla acerca de porque hay sufrimiento en el mundo y porque Dios termina con el sufrimiento. Se pregunta, el libro, si Dios es insensible o no, y con un razonamiento lógico, impecable, además de una base bíblica, demuestra que Dios respeta las decisiones que el hombre toma sobre su futuro. Si hay una verdadera tragedia en el mundo, es que se ha renunciado a buscar a Dios, a conocerlo.
Le entregué a M. este pequeño libro, mientras le explicaba a sus compañeras como resolver algunos ejercicios. La mire de reojo leer con fascinación, quizá con asombro, las primeras páginas. Al final de la clase me lo pidió prestado y yo con gusto se lo di. A la semana siguiente M. ya era otra. Su mirar, su caminar, eran más seguros. Su rostro estaba iluminado por una nueva luz. No hacia falta preguntar la razón de ese cambio. Dios había llegado a ella a través de las palabras de ese libro. Me quede prendado de la forma nueva en que la hallé. No hay duda, pensé, Dios puede cambiar la vida de una persona y puede darle razones para vivir.