23 de agosto de 2016

Las excusas: ¿cómo las ve Jehová?



LA MUJER que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”, dijo el hombre. Ante tal acusación, la mujer respondió: “La serpiente... ella me engañó, y así es que comí. Estas excusas que Adán y Eva presentaron a Dios marcaron el inicio de una práctica que ha plagado desde entonces a la humanidad (Gén. 3:12, 13).
El castigo que Jehová impuso a nuestros primeros padres por haberle desobedecido deliberadamente demuestra que no vio con bue
nos ojos aquellas justificaciones (Gén. 3:16-19). ¿Debemos concluir, por lo tanto, que él no acepta ninguna excusa? ¿O considera que algunas son válidas? Y si así fuera, ¿cómo saber cuáles acepta y cuáles no? Para averiguar la respuesta, primero tenemos que entender qué son las excusas.
Las excusas se definen como las razones que se presentan por haber hecho o dejado de hacer algo, o para evitar realizar cierta cosa. En algunos casos son explicaciones válidas que se dan con el propósito de pedir perdón por cierta falta cometida. Sin embargo, tal como lo ilustra el caso de Adán y Eva, también puede tratarse de simples pretextos que ocultan la verdadera motivación. Debido a que la mayoría de las excusas suelen ser de este tipo, no es raro que se las mire con desconfianza.
En vista de lo anterior, los cristianos deben tener cuidado al poner excusas, en especial cuando se trata de su servicio a Dios, pues corren el riesgo de estar “engañándose a sí mismos con razonamiento falso” (Sant. 1:22). Por ello, repasemos algunos principios y ejemplos bíblicos que nos permitirán “[asegurarnos] de lo que es acepto al Señor” (Efe. 5:10).
¿Qué espera Jehová de nosotros?
Las Escrituras contienen los mandamientos que debemos obedecer los siervos de Dios. Por ejemplo, el mandato que dio Jesús en el siglo primero de “[hacer] discípulos de gente de todas las naciones” sigue siendo válido para todos sus seguidores hoy día (Mat. 28:19, 20). De hecho, es tan importante cumplirlo que el apóstol Pablo exclamó: “¡Ay de mí si no declarara las buenas nuevas!” (1 Cor. 9:16).
No obstante, hay personas que, aunque llevan mucho tiempo estudiando la Biblia con nosotros, no se deciden a predicar las buenas nuevas del Reino (Mat. 24:14). Otros participaban en esta obra, pero han dejado de hacerlo. ¿Qué razones suelen presentar en estos casos? Veamos lo que hizo Jehová en el pasado cuando algunos siervos suyos dudaron de que pudieran cumplir los mandatos que él les había dado.
Excusas que Dios no acepta
“Es demasiado difícil.” La predicación tal vez parezca una tarea imposible, en especial para quienes son tímidos. Pero el caso de Jonás nos ofrece grandes lecciones. Jehová le mandó que anunciara la inminente destrucción de Nínive, una comisión que lo hizo sentir intimidado. Y no era para menos, pues aquella ciudad era la capital de Asiria, un imperio conocido por su crueldad y violencia. De seguro, el profeta se preguntó: “¿Qué me va a pasar si voy? ¿Me irán a hacer daño?”. Por eso, en vez de ir a Nínive a cumplir su comisión, huyó en la dirección contraria. Sin embargo, Jehová no aceptó las excusas de Jonás, sino que volvió a ordenarle que fuera a advertir a los ninivitas. Esta vez el profeta cumplió su asignación con valentía, y Dios bendijo su labor (Jon. 1:1-3; 3:3, 4, 10).
Tal vez a usted le parezca que la predicación es demasiado difícil. En tal caso, tenga presente que “todas las cosas son posibles para Dios” (Mar. 10:27). Por eso, no deje de pedirle su ayuda. Podemos estar seguros de que él nos dará a todos las fuerzas que necesitamos. Si nos armamos de valor, nos bendecirá (Luc. 11:9-13).
“Es que no tengo ganas.” ¿Qué puede hacer si no siente el deseo de cumplir con el ministerio cristiano? Recuerde que Jehová puede llegar hasta lo más íntimo de nuestro ser e influir en nuestros sentimientos. Pablo escribió: “Dios es el que, por causa de su beneplácito, está actuando en ustedes a fin de que haya en ustedes tanto el querer como el actuar” (Fili. 2:13). Por lo tanto, pidámosle a Jehová que nos haga sentir el deseo de servirle. El rey David le hizo una petición parecida: “Hazme andar en tu verdad” (Sal. 25:4, 5). Así pues, implorémosle a Jehová que nos impulse a querer agradarle.
Claro está, hay veces que nos sentimos tan cansados o desanimados que tenemos que obligarnos para asistir a las reuniones o salir a predicar. ¿Significa eso que no amamos de verdad a Jehová? Por supuesto que no. Los siervos fieles de Dios de la antigüedad también tuvieron que luchar por hacer la voluntad divina. Pablo, por ejemplo, dijo que para obedecer a Jehová tenía que “aporrear” su cuerpo, por decirlo así (1 Cor. 9:26, 27). Aunque en ocasiones tengamos que obligarnos a cumplir con nuestro ministerio, podemos estar seguros de que Dios nos bendecirá, pues sabe que lo hacemos por la motivación correcta: porque lo amamos. Además, así demostramos que Satanás miente al afirmar que dejaremos de servir a Jehová si atravesamos dificultades (Job 2:4).
“No tengo tiempo.” Si alguien piensa que está demasiado ocupado para participar en el ministerio, es vital que se replantee sus prioridades. Jesús dio un principio que debe guiar nuestros pasos: “Sigan, pues, buscando primero el reino” (Mat. 6:33). Para cumplirlo, tal vez sea necesario que simplifiquemos nuestro estilo de vida o que dediquemos menos tiempo al entretenimiento y más a la predicación. Las diversiones y otras actividades personales tienen su lugar, pero no podemos usarlas como excusas para descuidar nuestro servicio. El primer lugar en la vida de todo cristiano deben ocuparlo los asuntos espirituales.
“No me siento capaz.” Quizá usted crea que no tiene las habilidades necesarias para ser ministro de las buenas nuevas. Pero no tiene por qué desanimarse: algunos siervos de Dios de tiempos bíblicos también se sintieron incapaces de cumplir con sus asignaciones. Tomemos el caso de Moisés. Cuando Jehová le dio cierta comisión, él le respondió: “Dispénsame, Jehová, pero no soy persona que hable con fluidez, ni desde ayer ni desde antes de eso ni desde que hablaste con tu siervo, porque soy lento de boca y lento de lengua”. Aunque Jehová le aseguró que lo iba a ayudar, Moisés le pidió que enviara a otra persona: “Dispénsame, Jehová, pero envía [tu mensaje], por favor, por la mano de aquel a quien vas a enviar” (Éxo. 4:10-13). ¿Cómo reaccionó Dios?

No eximió a Moisés de su comisión, sino que nombró a Aarón para que lo ayudara (Éxo. 4:14-17). Además, durante todos los años que siguieron, nunca lo abandonó y siempre le dio todo lo necesario para cumplir con sus asignaciones. En nuestros días, Jehová puede impulsar a hermanos con más experiencia para que nos apoyen en el ministerio. Y lo que es más importante, nos asegura en su Palabra que nos dará la capacitación necesaria para realizar la labor que nos ha encargado (2 Cor. 3:5; véase el recuadro “Los años más felices de mi vida”).
“Me siento ofendido por lo que me hicieron.” Hay quienes dejan de predicar o asistir a las reuniones porque están molestos por lo que les hizo algún hermano. Aunque esos sentimientos son comprensibles, ¿los considera Jehová una excusa válida para caer en la inactividad espiritual? Pensemos en el caso de Pablo y Bernabé. Sin duda se sintieron dolidos después de un serio desacuerdo que acabó en “un agudo estallido de cólera” (Hech. 15:39). Pero ¿dejaron de participar en el ministerio? De ninguna manera.
Algo que no debemos olvidar cuando algún hermano, en su imperfección, nos ofende es que él no es nuestro enemigo. El verdadero enemigo es Satanás; es él quien desea devorarnos. No le demos la victoria; más bien, pongámonos “en contra de él, sólidos en la fe” (1 Ped. 5:8, 9; Gál. 5:15). Si tenemos una fe fuerte, podremos superar las decepciones (Rom. 9:33).
Cuando las circunstancias limitan nuestro servicio
Como hemos visto, no hay razones bíblicas para dejar de cumplir con los mandamientos divinos, como el de predicar las buenas nuevas. Sin embargo, sí pudiera haber razones válidas que justifiquen una participación más limitada en el ministerio. Tal vez tengamos responsabilidades bíblicas que nos consumen mucho tiempo. O puede que en ocasiones nos encontremos tan agotados o enfermos que no podamos hacer tanto como quisiéramos. En estos casos, nos anima la garantía que nos da Jehová en su Palabra de que él ve nuestro deseo sincero de servirle y toma en cuenta nuestras limitaciones (Sal. 103:14; 2 Cor. 8:12).
Por lo tanto, no nos juzguemos con demasiada dureza, ni a nosotros ni tampoco a los demás. Tengamos presentes estas palabras de Pablo: “¿Quién eres tú para juzgar al sirviente de casa ajeno? Para su propio amo está en pie o cae” (Rom. 14:4). En vez de cometer el error de compararnos con nuestros hermanos, recordemos que “cada uno de nosotros rendirá cuenta de sí mismo a Dios” (Rom. 14:12; Gál. 6:4, 5). Tampoco olvidemos que cuando le oramos a Jehová y le damos las explicaciones necesarias, debemos hacerlo con “una conciencia honrada” (Heb. 13:18).
Servir a Jehová nos llena de alegría
Todos podemos sentirnos felices al servir a Dios, sean cuales sean nuestras circunstancias, porque él nunca es irrazonable ni nos pide imposibles. ¿Cómo lo sabemos?

La Palabra de Dios nos dice: “No retengas el bien de aquellos a quienes se les debe, cuando sucede que está en el poder de tu mano hacerlo” (Pro. 3:27). ¿Notó la expresión “está en el poder de tu mano”? ¿Qué nos enseña sobre lo que Jehová espera de nosotros? Que él nos pide que hagamos lo que esté en nuestra mano; no nos exige que logremos lo mismo que los demás. Así es, todo cristiano —sea que esté en su mano hacer mucho o poco— puede servir a Jehová con toda el alma (Luc. 10:27; Col. 3:23).

FUENTE: http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/2010763

19 de agosto de 2016

¿Hasta cuándo pediremos “Venga tu reino”?




“Cuando vean todas estas cosas, sepan que él está cerca, a las puertas.” (MAT. 24:33)

COMO usted quizás haya notado, los testigos oculares de un suceso suelen recordar los detalles de maneras muy distintas. Por otro lado, a un paciente le puede costar recordar exactamente lo que le dijo el médico después de darle el diagnóstico. O alguien tal vez no encuentre sus llaves o sus lentes pese a tenerlos delante. Todas estas situaciones tienen que ver con un fenómeno que los científicos llaman ceguera por inatención: no darse cuenta de algo, o bien olvidar algo, por estar distraído con otra cosa. Se afirma que el cerebro solo puede concentrarse bien en una cosa a la vez.

Muchas personas sufren un tipo parecido de ceguera ante los acontecimientos mundiales. Tal vez reconozcan que el mundo ha cambiado muchísimo desde 1914, pero no comprenden lo que eso realmente significa. Por nuestro estudio de la Biblia, nosotros sabemos que, en cierto sentido, el Reino de Dios vino en 1914, cuando Jesús fue coronado Rey en los cielos. Pero también sabemos que aún no se ha contestado por completo la oración “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mat. 6:10). Obviamente, para que la voluntad de Dios se haga en la Tierra como se hace en el cielo, primero tiene que desaparecer el presente sistema malvado.
Gracias a nuestro estudio constante de la Palabra de Dios, nosotros podemos ver que hay profecías cumpliéndose ahora mismo. ¡Qué contraste con el resto de las personas! Están tan absortas en su propia vida y en sus deseos que pasan por alto las pruebas de que Cristo ha estado reinando desde 1914 y pronto ejecutará la sentencia divina sobre este mundo. Ahora bien, si usted quizá lleva décadas sirviendo a Dios, conviene que se pregunte: “¿Tengo ahora tanto interés en el significado de los sucesos mundiales como el que tenía años atrás?”. Incluso si es Testigo desde hace poco, piense: “¿Qué absorbe mi atención?”. Sea cual sea la respuesta, veamos tres importantes razones por las que sabemos que el Rey ungido de Dios pronto tomará medidas para que la voluntad divina se haga a plenitud en la Tierra.
LOS JINETES HAN HECHO SU APARICIÓN
En 1914, Jesucristo, representado como un jinete a lomos de un caballo blanco, recibió su corona celestial y de inmediato salió cabalgando para completar su victoria contra este sistema satánico (lea Revelación 6:1, 2). La descriptiva profecía del capítulo 6 de Revelación indicaba que, tras el establecimiento del Reino de Dios, las condiciones mundiales empeorarían rápidamente. Habría guerras, escasez de alimento, enfermedades y otras causas de muerte, y estos sucesos están representados por el avance de tres jinetes que siguen de cerca a Jesucristo (Rev. 6:3-8).
Se predijo que la guerra iba a “quitar de la tierra la paz”, y eso mismo ocurrió. De nada sirvieron las promesas de cooperación internacional o los esfuerzos diplomáticos. La Primera Guerra Mundial puede considerarse la primera de muchas guerras importantes que han quitado la paz de la Tierra. Y a pesar de los avances económicos y científicos que se han visto desde 1914, la escasez de alimento sigue amenazando la seguridad mundial. Además, ¿quién puede negar que todo tipo de epidemias, desastres naturales y otras plagas mortales siguen cobrándose millones de víctimas todos los años? El alcance, la frecuencia y la gravedad de estas desgracias no tienen precedente en la historia humana. ¿Se da cuenta de lo que eso significa?
Mucha gente tenía puesta su atención en la Primera Guerra Mundial y la aparición de la gripe española. En cambio, los cristianos ungidos habían estado esperando con entusiasmo que en 1914 acabaran los tiempos de los gentiles, también llamados “los tiempos señalados de las naciones” (Luc. 21:24). No estaban completamente seguros de lo que sucedería, pero sabían que 1914 marcaría un cambio trascendental en el gobierno divino. En cuanto se dieron cuenta de que las profecías bíblicas se estaban cumpliendo, declararon con valor que el Reino de Dios había comenzado. Su proclamación los convirtió en blanco de una intensa persecución, y el hecho de que eso ocurriera en muchas naciones fue en sí mismo otra prueba de que las profecías se estaban cumpliendo. En las décadas que siguieron, los enemigos del Reino atacaron a los siervos de Jehová promulgando leyes injustas en su contra. Además, los maltrataron físicamente, los encarcelaron y hasta los mandaron ahorcar, fusilar o decapitar (Sal. 94:20; Rev. 12:15).
Con tantas pruebas de que el Reino de Dios ya está establecido en los cielos, ¿por qué la mayoría de la gente no se da cuenta de esa realidad? ¿Por qué no pueden atar cabos y ver que se están cumpliendo profecías bíblicas que el pueblo de Dios lleva mucho tiempo proclamando? ¿Será que solo prestan atención a lo que ven con sus ojos? (2 Cor. 5:7.) ¿Están tan centrados en sí mismos que no pueden ver lo que Dios está haciendo? (Mat. 24:37-39.) ¿Será que se dejan distraer por las ideas y objetivos que el mundo de Satanás promueve? (2 Cor. 4:4.) Para percibir lo que está ocurriendo en la región invisible, se requiere fe y visión espiritual. ¡Cuánto nos alegra no ser ciegos a lo que realmente está pasando!
CADA VEZ HAY MÁS MALDAD
Una segunda razón por la que sabemos que pronto el Reino de Dios tomará las riendas de los asuntos aquí en la Tierra es esta: la maldad de la sociedad humana es cada vez mayor. Las características predichas en 2 Timoteo 3:1-5 llevan casi un siglo viéndose, y de hecho han llegado a todos los rincones del planeta y son cada vez más notorias. ¿Se da cuenta usted de eso? Analicemos algunos ejemplos que lo demuestran (lea 2 Timoteo 3:1, 13).
Compare lo que se consideraba escandaloso en los años cuarenta o cincuenta con lo que ocurre hoy en los lugares de trabajo o en el mundo del entretenimiento, los deportes y la moda. La violencia y la inmoralidad extremas están a la orden del día. Algunos buscan parecer los más feroces, los más obscenos o los más despiadados. Programas de televisión que en los años cincuenta se consideraban inaceptables se emiten ahora como apropiados para toda la familia. Y muchas personas reconocen el enorme poder que los homosexuales tienen en el mundo del espectáculo y el de la moda, un poder que utilizan para promover su estilo de vida a la vista de todos. ¡Cuánto agradecemos saber lo que Dios piensa de eso! (Lea Judas 14, 15.)

También podemos recordar lo que se consideraba conducta rebelde por parte de los jóvenes de los años cincuenta y compararlo con lo que está ocurriendo hoy. A los padres les preocupaba, y con razón, que sus hijos fumaran, bebieran o bailaran de manera sensual. En la actualidad, escalofriantes titulares se han vuelto el pan de cada día. Un estudiante de 15 años dispara contra sus compañeros de clase y deja 2 muertos y 13 heridos. Unos adolescentes borrachos asesinan brutalmente a una niña de nueve años y dan una paliza al padre y al primo. Se afirma que los jóvenes son los responsables de la mitad de los delitos cometidos en cierto país asiático en los últimos diez años. ¿Puede cualquier persona razonable negar que el mundo está mucho peor?
El apóstol Pedro predijo acertadamente: “En los últimos días vendrán burlones con su burla, procediendo según sus propios deseos y diciendo: ‘¿Dónde está esa prometida presencia de él? Pues, desde el día en que nuestros antepasados se durmieron en la muerte, todas las cosas continúan exactamente como desde el principio de la creación’” (2 Ped. 3:3, 4). ¿Cómo podría explicarse esta reacción? Parece que cuanto más común es una situación, menos nos asombra. Puede que un cambio inesperado y repentino en la conducta de alguien que tenemos cerca nos conmocione. Sin embargo, el deterioro de la moralidad de la sociedad en general, como es gradual, quizás pase desapercibido. Pero no por ello deja de ser peligroso.
El apóstol Pablo nos advirtió de que “los últimos días” serían “difíciles de manejar” (2 Tim. 3:1). Pero no dijo que fueran imposibles de manejar, así que no hay razón para que tengamos miedo ni nos desanimemos. Con la ayuda de Jehová, de su espíritu y de la congregación cristiana podemos superar cualquier temor o desilusión. Podemos permanecer fieles. “El poder que es más allá de lo normal” es el de Dios, no el nuestro (2 Cor. 4:7-10).
Es interesante que Pablo comenzara su profecía sobre los últimos días con la expresión “sabe esto”. Estas palabras garantizan que lo que escribió a continuación se cumplirá sin falta. Por eso, no hay duda de que esta sociedad malvada seguirá de mal en peor hasta que Jehová acabe con ella. Los historiadores han dejado constancia de que algunas civilizaciones o naciones sufrieron un marcado deterioro moral antes de desplomarse. Pues bien, nunca antes la moralidad del mundo entero ha caído tan bajo. Muchos quizás no hagan caso de lo que eso significa, pero el hecho es que esta degeneración sin precedentes que ha tenido lugar desde 1914 es una clara señal de que el Reino de Dios pronto cambiará el curso de la historia.
ESTA GENERACIÓN NO PASARÁ
Todavía hay una tercera razón para confiar en que el fin está cerca: lo que ha ocurrido con el pueblo de Dios. Por ejemplo, antes de que el Reino de Dios se estableciera en los cielos, un grupo de ungidos fieles estaba sirviendo a Dios con entusiasmo. ¿Qué hicieron cuando no se cumplieron algunas de sus expectativas sobre lo que pasaría en 1914? La mayoría siguió sirviendo a Jehová. A pesar de las pruebas y persecuciones que tuvieron que aguantar, la mayoría de aquellos ungidos, si no todos, continuaron fieles hasta el fin de su vida en la Tierra.
En su detallada profecía sobre la conclusión de este sistema de cosas, Jesús dijo: “De ningún modo pasará esta generación hasta que sucedan todas estas cosas” (lea Mateo 24:33-35). Entendemos que “esta generación” a la que se refirió Jesús está compuesta por dos grupos de cristianos ungidos. Los ungidos del primer grupo presenciaron lo que ocurrió en 1914 y comprendieron que Cristo había empezado a reinar en ese año. No es solo que estuvieran vivos entonces, sino que durante ese año o antes ya habían sido ungidos con espíritu como hijos de Dios (Rom. 8:14-17).
El segundo grupo de “esta generación” está compuesto por ungidos contemporáneos del primer grupo. No se trata simplemente de que estuvieran vivos al mismo tiempo que los miembros del primer grupo, sino que fueron ungidos con espíritu santo cuando aún quedaban en la Tierra miembros del primer grupo. Así pues, no todos los ungidos de la actualidad forman parte de “esta generación” de la que Jesús habló. Hoy en día, los miembros del segundo grupo ya tienen una edad considerable. Sin embargo, las palabras de Jesús registradas en Mateo 24:34 nos garantizan que “de ningún modo pasará esta generación” antes de que comience la gran tribulación, así que por lo menos algunos miembros de dicha generación estarán vivos en la Tierra cuando llegue ese momento. Este hecho refuerza nuestra convicción de que ya falta poco para que Jesucristo, el Rey del Reino de Dios, destruya a los malvados y dé paso a un nuevo mundo justo (2 Ped. 3:13).
CRISTO COMPLETARÁ PRONTO SU VICTORIA
¿A qué conclusión nos lleva ver el cumplimiento de las tres profecías que hemos analizado? Jesús advirtió que no sabríamos el día o la hora en que vendría el fin, y no los sabemos (Mat. 24:36; 25:13). Pero, como Pablo señaló, sí sabemos cuál es “el tiempo” (lea Romanos 13:11). Sabemos que vivimos en los últimos días. Si se examinan las profecías y lo que Jehová y Jesús están haciendo, es imposible no ver las pruebas de que el fin de este sistema ya está cerca.
Quienes se niegan a reconocer la inmensa autoridad que ha recibido Jesucristo, el victorioso Jinete del caballo blanco, pronto tendrán que admitir su error. No podrán escapar del juicio divino. Muchos clamarán aterrorizados: “¿Quién puede estar de pie?” (Rev. 6:15-17). El siguiente capítulo de Revelación contesta esa pregunta. Los ungidos y los que abrigan la esperanza terrenal estarán “de pie” porque habrán obtenido la aprobación divina. Entonces, la “gran muchedumbre” de las otras ovejas sobrevivirá a la gran tribulación y entrará en el nuevo mundo (Rev. 7:9, 13-15).
Si nos concentramos en las profecías bíblicas que se están cumpliendo en estos tiempos emocionantes, no nos dejaremos distraer por el mundo de Satanás ni seremos ciegos al verdadero significado de los sucesos mundiales. Cristo pronto completará su victoria sobre esta sociedad perversa en la justa guerra del Armagedón (Rev. 19:11, 19-21). ¡Qué futuro tan feliz nos aguarda! (Rev. 20:1-3, 6; 21:3, 4.)

FUENTE: http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/2014047#h=2

17 de agosto de 2016

HISTORIAS BÍBLICAS ILUSTRADAS: DAVID



En esta historieta se narra bellamente la batalla entre el filisteo Goliat y el pequeño pastor David, un adolescente cuyo amor hacía Jehová Dios hizo que retará al guerrero más poderoso de la filas enemigas, un gigante cuya maldad y astucia habían causado mella en las huestes del pueblo del Dios verdadero. Un enfrentamiento épico que marcaría el inicio de un ciclo de servicio de amor y lealtad para quien se convertiría en el rey fundador de la dinastía que tendría por descendiente al Mesías, el Cristo. 
Un conjunto de páginas cuyas figuras nos dejan presenciar este episodio, una batalla de una de las más largas guerras que sostuvieron los Israelitas por desterrar a los pueblos que idolatraban dioses de barro y metal.

La historia completa puede descargarse gratuitamente del siguiente enlace: 

https://www.jw.org/es/ense%C3%B1anzas-b%C3%ADblicas/familias/ni%C3%B1os/historias-b%C3%ADblicas-ilustradas/david-vence-goliat/

Esta es una publicación de distribución gratuita de los Testigos de Jehová.

Jehová lo cuidará




“Jehová mismo lo sustentará [durante su] enfermedad.” (SALMO 41:3)

COMO es natural, todos queremos tener buena salud. Si usted alguna vez ha tenido una enfermedad muy grave, tal vez llegó a preguntarse si lograría curarse. O quizás se pregunta lo mismo si tiene a un amigo o un familiar muy enfermo. La Biblia habla de varias personas que se preguntaban si un día se curarían. Una de esas personas fue el rey Ocozías, que era hijo de Acab y Jezabel. Él tuvo una caída y preguntó si se recuperaría de sus heridas. Más tarde, el rey Ben-hadad de Siria también quiso saber si alguna vez se curaría (2 Reyes 1:2; 8:7, 8).

En tiempos bíblicos, Jehová a veces usó su poder para curar a algunas personas. Incluso les dio su poder a algunos profetas para resucitar muertos (1 Reyes 17:17-24; 2 Reyes 4:17-20, 32-35). Por eso, algunas personas que están enfermas se preguntan si hoy día Dios también usará su poder para curarlas.

Jehová puede usar su poder para hacer que algunas personas se enfermen. Por ejemplo, él castigó con una enfermedad a un rey de Egipto y a la hermana de Moisés (Génesis 12:17; Números 12:9, 10; 2 Samuel 24:15). Y cuando los israelitas le desobedecieron, Dios los castigó con plagas y enfermedades (Deuteronomio 28:58-61). Pero Jehová también puede usar su poder para proteger a sus siervos y hacer que no se enfermen (Éxodo 23:25; Deuteronomio 7:15). A veces incluso curó a algunos de ellos. Por ejemplo, curó a Job cuando estaba tan enfermo que quería morirse (Job 2:7; 3:11-13; 42:10, 16).

Al igual que Jehová, Jesús puede curar a las personas. Cuando estuvo en la Tierra, curó a leprosos, epilépticos, ciegos, paralíticos y a otros enfermos (leaMateo 4:23, 24; Juan 9:1-7). Estos milagros nos hacen imaginar todo lo que Jesús hará en el Paraíso. Cuando vivamos allí, nadie dirá: “Estoy enfermo” (Isaías 33:24).

Entonces, si estamos muy enfermos, ¿podemos esperar que Jehová o Jesús usen su poder para curarnos hoy día? ¿Qué debemos tomar en cuenta cuando vamos a elegir un tratamiento?

BUSQUE LA AYUDA DE JEHOVÁ

Jehová les dio su espíritu santo a los primeros cristianos, y algunos de ellos pudieron hacer milagros (Hechos 3:2-7; 9:36-42). Por ejemplo, algunos curaron aenfermos y otros hablaron idiomas que no sabían hablar (1 Corintios 12:4-11). Pero la Biblia dijo que esos milagros dejarían de suceder, y eso fue lo que pasó (1 Corintios 13:8). Por eso, hoy día no esperamos que Dios haga un milagro para curarnos a nosotros o a nuestros seres queridos.

Pero si estamos muy enfermos, Jehová nos consolará y nos apoyará. Eso fue lo que hizo con sus siervos en el pasado. El rey David escribió: “Feliz es cualquiera que obra con consideración para con el de condición humilde; en el día de calamidad Jehová le proveerá escape. Jehová mismo lo guardará y lo conservará vivo” (Salmo 41:1, 2). ¿Quiso decir David que si en esa época una persona ayudaba a alguien humilde, esa persona nunca moriría? No. Lo que quiso decir es que si esa persona enfermaba, Dios la ayudaría y la cuidaría (Salmo 41:3). Nos anima saber que Jehová sabe lo que estamos sufriendo y no se olvida de nosotros. Él nos da valentía y sabiduría para enfrentar una enfermedad. Y además, ha hecho que nuestro cuerpo pueda recuperarse por sí mismo de algunas enfermedades.
El Salmo 41 habla de cuando el rey David estaba muy enfermo. Según parece, estaba muy preocupado porque su hijo Absalón quería quitarle el poder. Pero David estaba tan enfermo que no podía hacer nada para detenerlo. Él sabía que los problemas de su familia eran por culpa del pecado que cometió con Bat-seba (2 Samuel 12:7-14). ¿Qué hizo entonces? Le dijo a Jehová: “Muéstrame favor. De veras sana mi alma, porque he pecado contra ti” (Salmo 41:4). David sabía que Jehová había perdonado su pecado y buscó su ayuda mientras estaba enfermo. Pero ¿esperaba que Jehová hiciera un milagro y lo curara?

En el pasado, Jehová decidió usar su poder para curar a algunas personas. Por ejemplo, cuando el rey Ezequías estaba a punto de morir, Jehová hizo que se curara y viviera 15 años más (2 Reyes 20:1-6). Entonces, ¿esperaba David que Jehová también hiciera un milagro con él? No. Él esperaba que Dios lo ayudara tal como ayudaría a la persona que es buena “con el de condición humilde”. David era un buen amigo de Jehová, así que le podía pedir que lo consolara y lo cuidara mientras estuviera enfermo. También le pidió que lo ayudara a recuperarse. Nosotros podemos pedir lo mismo que David (Salmo 103:3).

El apóstol Pablo y otros cristianos tenían poder para curar enfermos (leaHechos 14:8-10). Por ejemplo, Pablo una vez curó a un hombre que tenía fiebre y una infección muy grave. Hechos 28:8 dice que “oró, puso las manos sobre él, y lo sanó”. Pero Pablo no curó a todas las personas enfermas que conoció. Por ejemplo, él tenía un amigo llamado Trófimo, que lo acompañó en un viaje de predicación (Hechos 20:3-5, 22; 21:29). Durante el viaje, Trófimo se enfermó. Pero Pablo no lo curó, así que Trófimo ya no pudo seguir acompañándolo (2 Timoteo 4:20). Pablo tenía otro amigo, llamado Epafrodito. La Biblia dice que se enfermó y estuvo a punto de morir, pero no dice que el apóstol lo curara (Filipenses 2:25-27, 30). Como vemos, Pablo y otros cristianos no curaron a todos los cristianos de sus tiempos.

TENGA CUIDADO CON ALGUNOS CONSEJOS

Lucas era médico y acompañó a Pablo en algunos viajes de predicación (Hechos 16:10-12; 20:5, 6; Colosenses 4:14). Quizás lo ayudó a él y a otros cristianos cuando se enfermaron durante esos viajes (Gálatas 4:13). Como dijo Jesús, los que están enfermos necesitan que los ayude un doctor (Lucas 5:31).

Lucas no era solo alguien a quien le gustaba dar consejos para tener buena salud. Él era un médico de verdad. Por eso cuando escribió el libro de Lucas y el de Hechos, usó algunas palabras médicas y escribió sobre algunas curaciones que hizo Jesús. ¿Dónde o cuándo aprendió medicina? La Biblia no lo dice. Pero tal vez fue en una escuela de medicina que había en Laodicea, cerca de la ciudad de Colosas. Quizás por esto Pablo mencionó a Lucas en su carta a los colosenses y les dijo que les enviaba sus saludos.
Hoy día, ningún hermano puede hacer milagros para curarnos. Pero algunos quieren ayudarnos a mejorar la salud y tal vez nos ofrezcan consejos, aunque no los hayamos pedido. Claro, algunos consejos pueden ser buenos. Por ejemplo, Pablo sabía que Timoteo tenía algunos problemas de estómago, tal vez por tomar agua contaminada. Así que le aconsejó que tomara un poco de vino (lea 1 Timoteo 5:23).* (Lea la nota.) Pero debemos tener cuidado con los consejos que nos den. Un hermano quizás intente convencernos de que probemos algún medicamento o remedio natural. O quizás nos diga que debemos o no debemos comer ciertos alimentos. Tal vez nos diga que eso ayudó a algún familiar suyo que tenía un problema parecido. Pero eso no quiere decir que también nos ayudará a nosotros. Un medicamento o tratamiento puede ayudar a muchas personas, pero hacer daño a otras (lea Proverbios 27:12).

SEA PRUDENTE

Todos queremos tener buena salud para disfrutar de la vida y servirle a Jehová. Pero como somos imperfectos, nos enfermamos. Quizás podamos elegir entre varios tratamientos, y tenemos derecho a decidir cuál seguiremos. Pero debemos ser prudentes. Algunas personas o compañías tal vez nos digan que tienen un tratamiento que nos va a curar. Pero puede que lo hagan solo para ganar mucho dinero. Quizás digan que muchas personas lo están usando y que han mejorado. Pero no debemos probar cualquier cosa con tal de sentirnos mejor y vivir más tiempo. Proverbios 14:15 dice que la persona prudente no se cree todo lo que le dicen, sino que piensa bien antes de decidir.

Si somos prudentes, tendremos cuidado con los consejos que recibamos, sobre todo si vienen de alguien que no tiene la capacitación apropiada. Debemos preguntarnos: “¿Estoy seguro de que esa vitamina, dieta o remedio natural ha ayudado a otras personas? Incluso si les ha funcionado a otros, ¿cómo sé que me funcionará a mí? ¿Debería investigar más y consultar a un especialista?” (Deuteronomio 17:6).

También debemos ser prudentes al decidir qué pruebas médicas nos haremos o qué tratamientos seguiremos (Tito 2:12). Es muy importante tener cuidado sobre todo si la prueba o el tratamiento que alguien nos ofrece parece algo extraño. ¿Puede explicarnos con claridad cómo funciona? ¿Hay algo raro o sospechoso en la explicación? ¿Tiene el apoyo de muchos médicos? (Proverbios 22:29.) Puede que alguien nos diga que se ha encontrado una cura en un lugar muy lejano y que muchos médicos todavía no la conocen. Pero ¿hay pruebas de que esa cura de verdad existe? O tal vez hasta nos ofrezca un producto que tenga algún “ingrediente secreto” o alguna fuerza misteriosa. Esto puede ser muy peligroso. Jehová no quiere que usemos magia ni poderes sobrenaturales (Deuteronomio 18:10-12; Isaías 1:13).

“¡BUENA SALUD A USTEDES!”

En tiempos de los primeros cristianos, los hermanos que dirigían la predicación les enviaron una carta a los cristianos para decirles que tenían que evitar ciertas cosas. La carta terminaba con estas palabras: “¡Buena salud a ustedes!” (Hechos 15:29). Es cierto que estas palabras solo eran una forma de despedirse. Pero nos recuerdan que es normal que todos deseemos tener buena salud.


Fuente: http://wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/402015925?q=enfermos&p=par#h=14


16 de agosto de 2016

¿Debemos orar a Jesús?



HACE un par de años, más de 800 jóvenes de varias religiones rellenaron una encuesta en la que se les preguntó si creían que Jesús escuchaba sus oraciones. Más del 60% respondió que sí, pero uno de ellos tachó de la pregunta el nombre Jesús y escribió “Dios”.

¿Qué piensa usted? ¿A quién debemos orar? ¿A Dios o a Jesús?*Para encontrar la respuesta, veamos lo que les enseñó Jesús a sus discípulos.

¿A QUIÉN DIJO JESÚS QUE DEBEMOS ORAR?

Jesús no solo enseñó que había que orar a Dios, sino que él mismo lo hizo.

Jesús oraba a su Padre. Nosotros debemos hacer lo mismo

LO QUE ENSEÑÓ: En cierta ocasión, uno de los discípulos de Jesús le pidió: “Señor, enséñanos a orar”. La respuesta de Jesús fue: “Cuando oren, digan: ‘Padre’” (Lucas 11:1, 2). Tiempo después, en su famoso Sermón del Monte, dio la instrucción de que debemos orar. Dijo: “Ora a tu Padre”. Luego añadió: “Su Padre sabe qué cosas necesitan ustedes hasta antes que se las pidan” (Mateo 6:6, 8). Y la noche antes de morir les aseguró a sus discípulos: “Si le piden alguna cosa al Padre, él se la dará en mi nombre” (Juan 16:23). Como vemos, vez tras vez, Jesús enseñó que debemos orar a su Padre, Jehová, que también es nuestro Padre (Juan 20:17).

LO QUE HIZO: Jesús mismo oró a Dios: “Te alabo públicamente, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (Lucas 10:21). En otra ocasión “alzó los ojos hacia el cielo y dijo: ‘Padre, te doy gracias porque me has oído’” (Juan 11:41). Además, sus últimas palabras fueron: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). De modo que él nos puso el ejemplo: hay que orar a Jehová, el “Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25; 26:41, 42;1 Juan 2:6). Y eso fue lo que los cristianos del siglo primero hicieron.

¿A QUIÉN ORABAN LOS PRIMEROS CRISTIANOS?

Unas semanas después de que Jesús ascendiera al cielo, sus discípulos ya estaban siendo maltratados por las autoridades (Hechos 4:18). Como era de esperarse, oraron pidiendo ayuda. Pero ¿a quién? “Levantaron la voz de común acuerdo a Dios” para pedirle fuerzas en el nombre de Jesús (Hechos 4:24, 30). Así es, siguieron las instrucciones de Jesús: oraron a Dios.

Años más tarde, el apóstol Pablo escribió: “Damos gracias a Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo siempre que oramos por ustedes” (Colosenses 1:3). Y a sus hermanos les aconsejó que siempre dieran gracias “por todas las cosas a nuestro Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20) En otra ocasión les dijo que oraran “a Dios el Padre”, claro está, en el nombre de Jesús (Colosenses 3:17).

Tal como los primeros cristianos, debemos seguir las instrucciones de Jesús al hacer oraciones; así le demostramos que lo amamos (Juan 14:15). Un escritor de la Biblia dijo: “Yo amo a mi Dios porque él escucha mis ruegos. Toda mi vida oraré a él” (Salmo 116:1, 2, Traducción en lenguaje actual). Nosotros podremos decir lo mismo si oramos a Jehová, y solamente a él.*



http://m.wol.jw.org/es/wol/d/r4/lp-s/2015007#h=1:0-17:373

13 de agosto de 2016

No caigamos en las trampas del “pajarero”


“[Jehová] mismo te librará de la trampa del pajarero.” (SALMO 91:3.)
1. ¿Quién es el “pajarero”, y por qué es peligroso?
LOS cristianos verdaderos nos enfrentamos a un temible enemigo de inteligencia y astucia sobrehumanas. En el Salmo 91:3 se le llama ‘el pajarero’. ¿De quién se trata? Ya en el número del 1 de junio de 1883, esta revista reveló su identidad. Este poderoso enemigo no es otro que Satanás. Al igual que un astuto cazador de pájaros, el Diablo trata de engañar y entrampar a los siervos de Jehová.

2. ¿Por qué se compara a Satanás con un pajarero?
2 En el pasado se atrapaban aves por diversas razones. Unas veces era para disfrutar de su melodioso trino o de su colorido plumaje, y otras veces era para comerlas o para ofrecerlas como sacrificio. Dado que estas criaturas —cautas y huidizas por naturaleza— no eran presa fácil, el pajarero de tiempos bíblicos tenía que estudiar detenidamente las peculiaridades y costumbres de cada ave a fin de preparar trampas eficaces. Pues bien, al comparar a Satanás con un pajarero, la Biblia nos ayuda a comprender mejor sus métodos. El Diablo nos estudia a cada uno por separado. Primero se fija en cómo somos y en qué hábitos tenemos y, después, nos tiende sutiles trampas con el objetivo de capturarnos vivos (2 Timoteo 2:26). Caer en sus trampas puede llevarnos a la ruina espiritual y, finalmente, a la destrucción. De modo que si queremos escapar de este “pajarero”, nos conviene conocer sus trampas.

3, 4. ¿Cuándo se parecen los ataques de Satanás a los de un león, y cuándo a los de una cobra?
3 Además, el salmista compara a Satanás con un león joven y con una cobra, lo cual nos ayuda a entender mejor cómo actúa (Salmo 91:13). Al igual que un león, Satanás a veces ataca frontalmente valiéndose de la persecución o de leyes en contra de los siervos de Jehová (Salmo 94:20). Aunque estos ataques directos quizás hagan que algunos cristianos abandonen el pueblo de Jehová, a menudo tienen el efecto contrario: los siervos de Dios se unen todavía más. Pero ¿qué hay de los ataques más sutiles, como los de una cobra?

4 El Diablo emplea su inteligencia sobrehumana para lanzar mortales ataques a traición, como hace una serpiente venenosa desde su escondrijo. Así ha envenenado la mente de algunos siervos de Jehová hasta el punto de lograr que hagan su voluntad y no la de Dios. Claro, esto ha tenido lamentables resultados. Afortunadamente, nosotros no estamos en ignorancia de los designios de Satanás (2 Corintios 2:11). Analicemos, por tanto, cuatro de las mortíferas trampas que emplea este “pajarero”.
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