29 de agosto de 2011

Dios y nuestro libre albedrio



Me he preguntado muchas veces por que Dios permite que haya tanto sufrimiento en el mundo, por que la injusticia se sigue cebando en el lomo de los más débiles, porque tantas guerras, hambre, dolor y sufrimiento. Durante mucho tiempo estuve dándole vueltas al asunto, hasta que, al retomar ciertas lecturas bíblicas, me di cuenta de que en realidad todo se relaciona con nuestro "libre albedrio". Es decir, con nuestra capacidad de decidir sobre nuestras acciones. La guerra, el hambre el dolor, la injusticia son causadas por obras de hombres, no de Dios. Por ello, dejé de culpar a Dios de todo lo malo que sucede en el mundo. No es culpa suya. Es sólo un reflejo de nuestro alejamiento espíritual de Él. Porque, si un hombre ama sinceramente a Dios y a su prójimo, las dos reglas básicas del cristianismo ¿asesinara, violara, robara, destruira o se aprovechara de otro? No, definitivamente no. No practico ningún religión en especial porque creo que la relación con Dios debe ser de manera directa, sin intermediarios. Es decir, desde mi punto de vista, las instituciones religiosas te pueden facilitar información acerca de la palabra de Dios, pero no pueden ser un obstáculo y mucho menos pretender que son dueñas de Dios (aunque, ultimamente, todas la iglesias, ministros, pastores, parecen pretender serlo, porque todas dicen ser la religión verdadera). Creo, sinceramente, que uno debe de buscar a Dios con el corazón. Acercarse a Él de manera afectuosa y sincera porque Él es amoroso como un Padre, y un padre siempre perdona y espera lo mejor de sus hijos.

6 de agosto de 2011

Tu presencia



Yo sé que estuviste siempre ahí
y que para mi corazón fuiste luz
y aunque te he pedido siempre por mí,
perdona el egoismo, Señor.

Yo sé que en las noches más oscuras 
tu luz nunca me abandonó.
Y en medio del mar tempestuoso
Tú eras siempre la respuesta. 

Gracias por creer siempre en mí,
y aunque aún me falta tanto 
para ser completamente digno de ti
llegaré algún día, si estas junto a mí.

Bendito sea tu nombre, Jehová