2 de enero de 2017

¿Deben participar los cristianos en las fiestas de Año Nuevo?

Fuente: Despertad 2002 1 de agosto pág. 20

El punto de vista bíblico

“LA TARDE que precede a la Nochevieja es más tranquila de lo habitual —dice Fernando, un médico de Brasil—. Entonces, alrededor de las once empieza a llegar un torrente continuo de pacientes con puñaladas o balazos, adolescentes heridos en accidentes de tráfico y esposas maltratadas. En casi todos los incidentes interviene el alcohol.”

Teniendo en cuenta lo antedicho, no es muy sorprendente que un diario brasileño llamara al primer día del año el día internacional de la resaca. Una agencia de noticias europea dice que “Año Nuevo es una fiesta para el hedonista sin experiencia, un asalto más en el eterno combate entre el hombre y el alcohol”.

Cierto, no todo el mundo celebra la entrada del nuevo año bebiendo en exceso y cometiendo actos violentos. Muchos abrigan gratos recuerdos de esta fiesta. “De niños, esperábamos con impaciencia la Nochevieja —dice Fernando, a quien citamos antes—. Siempre teníamos multitud de juguetes y mucha comida y bebida. A medianoche nos abrazábamos, nos besábamos y nos deseábamos feliz año nuevo unos a otros.”

Del mismo modo, hoy muchas personas piensan que no se extralimitan al festejar el Año Nuevo. Aun así, los cristianos hacen bien en examinar el origen y la significación de esta popular fiesta. ¿Están en conflicto las celebraciones de Año Nuevo con las enseñanzas bíblicas?

Datos del pasado

La festividad de Año Nuevo no es de origen reciente. Según revelan inscripciones antiguas, ya existía en Babilonia en el tercer milenio antes de nuestra era. La fiesta, que tenía lugar a mediados de marzo, era importantísima. “En ese momento, el dios Marduk decidía el destino del país para el año siguiente”, dice The World Book Encyclopedia. La fiesta babilónica del año nuevo duraba once días, en los que se hacían sacrificios, procesiones y ritos de la fertilidad.

Durante algún tiempo, los romanos también consideraron que el año empezaba en marzo, hasta que, en 46 a.E.C., el emperador Julio César decretó que diera comienzo el 1 de enero, un día ya dedicado a Jano (el dios de los inicios) y que a partir de entonces también sería el primer día del calendario romano. Aunque cambió la fecha, se mantuvo el ambiente carnavalesco. El 1 de enero la gente “se entregaba a excesos desenfrenados —dice la Cyclopedia de McClintock y Strong—, así como a diversas supersticiones paganas”.

Los ritos supersticiosos aún ocupan un lugar en las celebraciones de Año Nuevo. Por ejemplo, en algunas zonas de Sudamérica, las personas dan la bienvenida al nuevo año apoyadas sobre el pie derecho. Otras tocan trompas y tiran petardos. Según una costumbre checa, en Nochevieja hay que comer sopa de lentejas, mientras que una tradición eslovaca dice que la gente debe poner monedas o escamas de pescado debajo del mantel. Estos ritos, concebidos para protegerse de las desgracias y garantizar la prosperidad, no hacen más que perpetuar la creencia antigua de que el cambio de año es el momento en que se deciden los destinos.

El punto de vista bíblico

La Biblia aconseja a los cristianos que “[anden] decentemente, no en diversiones estrepitosas y borracheras” (Romanos 13:12-14;Gálatas 5:19-21; 1 Pedro 4:3).* Como, por lo general, los mismos excesos que condena la Biblia son los que caracterizan las celebraciones de Año Nuevo, los cristianos no participan en ellas. Lo anterior no implica que sean unos aguafiestas. Al contrario, saben que la Biblia manda a los adoradores del Dios verdadero en repetidas ocasiones, y por diversas razones, que se alegren (Deuteronomio 26:10, 11;Salmo 32:11; Proverbios 5:15-19;Eclesiastés 3:22; 11:9). Las Escrituras también reconocen que la comida y la bebida suelen estar relacionadas con el regocijo (Salmo 104:15; Eclesiastés 9:7a).

No obstante, como hemos visto, las festividades de Año Nuevo hunden sus raíces en las costumbres paganas. La adoración falsa es inmunda y detestable a los ojos de Jehová Dios, y los cristianos rechazan las prácticas con tales orígenes (Deuteronomio 18:9-12; Ezequiel 22:3, 4). El apóstol Pablo escribió: “¿Qué consorcio tienen la justicia y el desafuero? ¿O qué participación tiene la luz con la oscuridad? Además, ¿qué armonía hay entre Cristo y Belial?”. Con razón añadió: “Dejen de tocar la cosa inmunda” (2 Corintios 6:14-17a).

Los cristianos también comprenden que tomar parte en ritos supersticiosos no garantiza la felicidad ni la prosperidad, sobre todo porque participar en tales celebraciones resulta en la desaprobación de Dios (Eclesiastés 9:11; Isaías 65:11, 12). Además, la Biblia aconseja a los cristianos que sean moderados y que tengan autodominio (1 Timoteo 3:2, 11). Evidentemente, sería impropio que quien afirma seguir las enseñanzas de Cristo participe en una celebración caracterizada por el exceso desenfrenado.

Por llamativas y atrayentes que resulten las celebraciones de Año Nuevo, la Biblia nos dice que ‘dejemos de tocar la cosa inmunda’ y que ‘nos limpiemos de toda contaminación de la carne y del espíritu’. Jehová da esta reconfortante garantía a los que le obedecen: “Yo los recibiré [...,] seré para ustedes padre, y ustedes me serán hijos e hijas” (2 Corintios 6:17b–7:1). De hecho, promete bendiciones y prosperidad eternas a los que le sean leales (Salmo 37:18, 28; Revelación [Apocalipsis] 21:3, 4, 7).

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