12 de diciembre de 2011

Hacer el bien sin mirar a quien



Hagamos el bien a todo el mundo sin importar el credo o el color, el sexo o la raza; sino, utilicemos los instrumentos necesarios para amar. Los que quieren hacer el mal buscan cualquier motivo para hacerlo, están atentos esperando la ocasión propicia (1 Pedro 5, 8) Nosotros también estemos atentos buscando cualquier ocasión para hacer el bien intensamente, hagámoslo como desesperados, como si hacerlo fuera nuestra droga, porque haciendo el bien glorificamos a Dios, que es fuente de todo bien. Si la gente malvadagoza haciendo lo malo que le viene del corazón, encontremos nuestro gozo haciendonos el bien unos a otros. No necesitamos una razón para empezar. Cedamos el asiento, cedamos el paso, cuidemos  de usar palabras amables, tiernas, amorosas, en nuestro decir, en nuestro modo de comportarnos. No seamos bruscos, violentos, carentes de sinceridad, sino que inclinémonos a la luz y no a la oscuridad. No importa si al hacer el bien nos pagan con mal, el hacer el bien mismo es nuestra recompensa  y Dios Santo que esta en los cielos lo tomara en cuenta. No hagamos el bien esperando recibir  algo a cambio, porque entonces enturbiaremos nuestra acción. Que el hacer el bien sea nuestro modo correcto de actuar, de andar en la vida.

Que el Padre Santo todopoderoso que esta en los cielos los bendiga a cada uno de ustedes en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, su único hijo.


4 de diciembre de 2011


ABRAHAM

1

“Deja a tu familia, deja a tu padre y a tu madre, abandona tu raza, y ve donde yo te envíe”.
Abraham recuerda las primeras palabras de Yavé, su Dios,
En el horizonte se enhiestan largas columnas de humo,
el cielo expele fuego y el intenso olor acre del azufre viaja desde Sodoma
e inunda todo el valle.
Un día antes, a la hora más calurosa, Abraham estaba sentado bajo los árboles de Mambré.
Tres hombres con ojos claros como la luz del día, se detuvieron a su lado.
Su corazón les revelaba el secreto de sus ojos, mientras recuerda la primera promesa:
“Haré de ti, Abraham, una gran nación”.
Lo crees, lo esperas.
“Que se haga la voluntad del Señor”, dices.
Los tres hombres te observan y tú los invitas a cenar en la tienda vestida en el desierto.
Aceptan. Y comen y beben contigo. Luego, observan en el horizonte las horas últimas de Sodoma.
“La muerte, la violencia, el dolor impera en la ciudad de la perdición.
Las calles se han inundado de angustia y la tristeza ha subido como holocausto
hasta el mismo cielo.
Ya no hay brizna de hierba que no tiña sus hojas de sangre”.
Observas silencioso como sus ojos entristecen.
Dos de ellos marchan a ejecutar juicio a la ciudad bárbara
mientras Yavé escucha tus palabras:
“Las calles de Sodoma gritan dolor y angustia,
la fuente de sus aguas son turbias y no hay polvo que no esté manchado de sangre.
Sin embargo, quizá los pies de un hombre justo busquen sombra en aquellas calles
¿Aniquilarás, poderoso Señor, al justo con el injusto?
¿Perdonarás a la ciudad inicua por amor a cincuenta justos que allí habiten?”.
Él te miró con atención excelsa, con una sonrisa en el corazón.
“No lo haré. Perdonaré a la ciudad sembrada de injusticia por amor a cincuenta justos”,
responde con beneplácito mientras las nubes del horizonte se arremolinan en torno a la ciudad.
“Soy polvo y ceniza, lo sé muy bien, pero si en esas calles doradas por el sol
faltan cinco justos, ¿la destruirás?”
Yavé lo mira con gozo, mientras una suave brisa mece los cabellos canos de Abraham.
“No lo haré. Por amor a esos cuarenta y cinco justos, no destruiré la ciudad de miles de injustos”.
“Pero mi Señor, la vida es tan cierta que ayer pueden estar los cuarenta y cinco justos pero hoy no.
Si solo hay treinta almas inclinadas al amor, ¿la destruirás?”
Yavé lo mira complacido, una pequeña luz arde en sus ojos.
Abraham conoce el poder del Amor de Yavé. Y no es rebeldía lo que mueve sus labios.
“No lo haré. No destruiré la ciudad de miles de injustos por amor a esos treinta”.
“No se enoje, mi Señor.
Pero ayer justamente contaba mis ovejas
y colocaba a un lado las buenas de las tullidas
y hubieron menos de las que pensé.
Si sólo hay veinte almas sin mácula, ¿destruirás la ciudad?”.
El sol ha girado nuevamente, mientras las nubes se elevan hasta casi cubrir el horizonte.
Yavé en su corazón sonríe por ti. Tienes demasiada bondad.
“No lo haré. Por amor a ti y a esos veinte sin mancha, perdonaré la ciudad injusta”.
Abraham insiste.
“Y sólo hay quince, mi Señor”
“No lo haré”
“Y si... sólo hay diez almas justas”
“No lo haré.
En atención a esos diez no tocaré con mi mano la ciudad inicua
ni una nube oscura se alzara contra ella
ni un solo suspiro de uno de mis hijos la golpeará
ni caerá como castillo de naipes,
ni se incendiará el cielo a causa del castigo de sus pecados.
No lo haré por amor a diez justos que la habiten de entre miles que viven ahí”.
Abraham contempla el fuego que consume a Sodoma.
“Ni diez justos”, piensa,
mientras el fresco viento de la mañana le trae el aroma de una tragedia.



Que Dios te bendiga.