3 de octubre de 2012

La sociedad y su juego secreto


No hay duda que estas tardes traen algo de nostalgia. Un no se qué del ayer, que te respira a pasado y presente juntos, en actualidad. Es ese espacio que te nutre y te hace más fuerte para encarar el hoy y sustentar el mañana en aquello que construiste y sabias que era sincero, puro y bueno. Ese ayer, esa infancia, que encaraba con aires de fantasía, a esa vida tan amada. Y es que en los primeros años uno siempre camina de la mano de Dios (más allá de cualquier religión). Los padres se preocupaban por formarte "bueno", es decir, sin la malicia, la intención perniciosa  de dañar al prójimo  a la otra persona que, como tú, tiene derecho al bien-estar, a la tranquilidad existencial. Pero, en estos tiempos, uno no puede, la verdad, dejar de asombrarse, por lo menos, de la lasitud de normas morales que los padres construyen en la vida de los hijos (apenas si conocen a Dios, y si lo conocen, es solo de oídas . Padres que colocan en primer lugar: el trabajo, su vida  sexual, amatoria (como quiera decirse), los amigos, el vivir "plenamente" su propia vida y, si queda algo de espacio, sus hijos. No los protegen de ese averno pernicioso que es la televisión, esa vieja alcahueta que seduce con sus ojos mentirosos, ni tampoco los liberan del chisme que pulula en los periódicos y que se venden masivamente, y que van desestructurando la sociedad, envilenciéndola y tornándola un montaña de vulgaridad y perversión. De ahí, que la sociedad envilezca y sea envilecida a su vez. En esta paradoja, la única solución posible, hasta donde mi entendimiento alcanza, es obedecer las normas de un ser superior que esté mas allá de toda esta podredumbre moral, y ese ser superior es Dios, quien ha dejado un conjunto de reglas que el ser humano debe de seguir si quiere crear una estructura benéfica para su vida, su familia y la sociedad. 

Que Dios los bendiga.