21 de enero de 2016

¿Quién es Jehová? - parte 3



Importancia del Nombre.

Muchos eruditos modernos y traductores de la Biblia abogan por seguir la tradición de eliminar el nombre propio de Dios. No solo alegan que su pronunciación insegura justifica tal proceder, sino que también sostienen que la supremacía y singularidad del Dios verdadero hace innecesario que tenga un nombre distintivo. Este punto de vista no tiene apoyo alguno en las Escrituras inspiradas, ni en las Hebreas ni en las Griegas Cristianas.

El Tetragrámaton aparece 6.828 veces en el texto hebreo impreso de la Biblia Hebraica y de la Biblia Hebraica Stuttgartensia. En las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo el nombre Jehová aparece un total de 6.973 veces, porque los traductores tomaron en cuenta, entre otras cosas, el hecho de que en algunos lugares los soferim habían cambiado el Tetragrámaton por ʼAdho·nái y ʼElo·hím. (Véase NM, apéndice, págs. 1559, 1560.) La misma frecuencia con que aparece este nombre demuestra la importancia que tiene para su Portador, el Autor de la Biblia. El número de veces que se emplea en todas las Escrituras es muy superior al de cualquiera de los títulos que se le aplican, como “Señor Soberano” o “Dios”.

También debe notarse la importancia que se da a los nombres en las Escrituras Hebreas y en los pueblos semitas. El Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, Barcelona, 1981, cols. 1340, 1341) dice: “Según la concepción antigua y primitiva, el n[ombre] no es sólo lo que designa, caracteriza y distingue de los demás a su portador, sino además un elemento esencial de su personalidad. [...] Si el n[ombre] de alguien es invocado o pronunciado sobre una cosa, ésta queda íntimamente ligada con la persona nombrada. [...] Si uno invoca sobre alguien el n[ombre] de un ser poderoso, le asegura su protección. (Compárese con Everyman’s Talmud, de A. Cohen, 1949, pág. 24; Gé 27:36; 1Sa 25:25; Sl 20:1; Pr 22:1)

“Dios” y “Padre” no son distintivos. 

El título “Dios” no es ni personal ni distintivo (una persona incluso puede hacer un dios de su vientre; Flp 3:19). En las Escrituras Hebreas la misma palabra (ʼElo·hím) se aplica a Jehová, el Dios verdadero, y a los dioses falsos, como el dios filisteo Dagón (Jue 16:23, 24; 1Sa 5:7) y el dios asirio Nisroc. (2Re 19:37.) El que un hebreo le dijese a un filisteo o a un asirio que adoraba a “Dios [ʼElo·hím]” obviamente no hubiera bastado para identificar a la Persona a quien iba dirigida su adoración.

La obra The Imperial Bible-Dictionary, en sus artículos sobre Jehová, ilustra bien la diferencia entre ʼElo·hím (Dios) y Jehová. Dice del nombre Jehová: “En todas partes es un nombre propio que señala al Dios personal y solo a él, mientras que Elohím comparte más el carácter de un nombre común, el cual, por lo general, se refiere al Supremo, aunque no necesaria ni uniformemente [...]. El hebreo puede decir el Elohím, el Dios verdadero, en contraste con todos los dioses falsos; pero nunca dice el Jehová, pues el nombre Jehová es exclusivo del Dios verdadero. Dice vez tras vez mi Dios [...], pero nunca mi Jehová, pues cuando dice mi Dios, se refiere a Jehová. Habla del Dios de Israel, pero nunca del Jehová de Israel, pues no hay ningún otro Jehová. Habla del Dios vivo, pero nunca del Jehová vivo, pues no puede concebir a Jehová de otra manera que no sea vivo” (edición de P. Fairbairn, Londres, 1874, vol. 1, pág. 856).

Lo mismo es cierto del término griego para Dios, The·ós. Este vocablo se aplicaba de igual manera al Dios verdadero y a dioses paganos como Zeus y Hermes, dioses griegos que correspondían a los romanos Júpiter y Mercurio. (Compárese con Hch 14:11-15.) Las palabras de Pablo en 1 Corintios 8:4-6 presentan la verdadera situación: “Porque aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él”. La creencia en numerosos dioses, que hace necesario que el Dios verdadero se distinga de los falsos, ha continuado hasta nuestro siglo XX.

La referencia de Pablo a “Dios el Padre” no significa que el nombre del Dios verdadero sea “Padre”, pues esta designación aplica asimismo a todo varón humano que sea progenitor y también se refiere a hombres que son padres en otros sentidos. (Ro 4:11, 16; 1Co 4:15.) Al Mesías se le da el título de “Padre Eterno”. (Isa 9:6.) Jesús llamó a Satanás el “padre” de ciertos opositores asesinos. (Jn 8:44.) El término también se aplicó a los dioses de las naciones. Por ejemplo: en la poesía de Homero al dios griego Zeus se le representaba como el gran dios padre. En numerosos textos se muestra que “Dios el Padre” tiene un nombre diferente del de su Hijo. (Mt 28:19; Rev 3:12; 14:1.) Pablo conocía el nombre personal de Dios, Jehová, como aparece en el relato de la creación en Génesis, registro del que citó en sus escritos. Ese nombre, Jehová, distingue a “Dios el Padre” (compárese con Isa 64:8), e impide cualquier intento de fusionar o mezclar su identidad y persona con la de cualquier otro a quien pueda aplicársele el título “dios” o “padre”.

No es un dios tribal.

A Jehová se le llama el “Dios de Israel” y el “Dios de sus antepasados”. (1Cr 17:24; Éx 3:16.) Esta asociación íntima con los hebreos y con la nación israelita, sin embargo, no da ninguna razón para circunscribir el nombre al de un dios tribal, como algunos han hecho. El apóstol cristiano Pablo escribió: “[¿]Es él el Dios de los judíos únicamente? ¿No lo es también de gente de las naciones? Sí, de gente de las naciones también”. (Ro 3:29.) Jehová no es solo el “Dios de toda la tierra” (Isa 54:5), sino también el Dios del universo, “el Hacedor del cielo y de la tierra”. (Sl 124:8.) En el pacto que Jehová había celebrado con Abrahán casi dos mil años antes del tiempo de Pablo, había prometido bendiciones para gente de todas las naciones, mostrando así Su interés en toda la humanidad. (Gé 12:1-3; compárese con Hch 10:34, 35; 11:18.)

Finalmente, Jehová Dios rechazó a la nación de Israel debido a su infidelidad. No obstante, su nombre continuaría asociado con la nueva nación del Israel espiritual, la congregación cristiana, incluso cuando esa nueva nación empezara a aceptar en su seno a los que no eran judíos. Cuando el discípulo Santiago presidió una asamblea cristiana en Jerusalén, dijo que Dios había “[dirigido] su atención a las naciones [no judías] para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre”. Como prueba de que se había predicho con anterioridad, Santiago citó una profecía del libro de Amós en la que aparece dos veces el nombre de Jehová. (Hch 15:2, 12-14; Am 9:11, 12.)


Fuente: Perspicacia para entender las escrituras, tomo II, pag. 37, 38

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