16 de febrero de 2016

¿Estamos predestinados?




Algunos creen que el destino es lo que determina el día de su muerte; otros creen que es Dios. Pero unos y otros concuerdan en que hay acontecimientos claves en su vida que no pueden evitar. Y usted, ¿piensa igual?
Reflexione por un momento. Si de verdad no podemos influir en nuestra vida porque Dios o el destino ya han establecido cómo será, ¿qué sentido tiene orar? Por otro lado, si ya todo está predeterminado, ¿para qué tomar precauciones? ¿De qué sirve utilizar el cinturón de seguridad en un automóvil, o no conducir bebido?
Pero ¿qué dice la Biblia al respecto? Para empezar, no tolera la conducta temeraria bajo ningún concepto. Los israelitas de la antigüedad no dejaban las cosas en manos del destino, pues la Ley les enseñaba la importancia de ser precavidos. Entre otras cosas, ordenaba construir un pequeño muro en la azotea de las casas para evitar que alguien se cayera del techo. Pero ¿para qué daría Dios ese mandato si de todos modos la persona estaba predestinada a caer y morir? (Deuteronomio 22:8.)
¿Y qué hay de las víctimas de las catástrofes naturales y otras tragedias que no podemos controlar? ¿Tenían esas personas “una cita con la muerte”? Por supuesto que no. Como señaló el rey Salomón, a cualquiera puede sobrevenirle un “suceso imprevisto” (Eclesiastés 9:11). Sin importar lo extrañas o poco probables que nos parezcan, ninguna de esas desgracias inesperadas está predeterminada.
Con todo, algunos opinan que Salomón se contradice, pues antes había dicho: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para todo asunto bajo los cielos: tiempo de nacer y tiempo de morir” (Eclesiastés 3:1, 2). Pero ¿apoyan estas palabras que el día de nuestro nacimiento y el de nuestra muerte están predeterminados?
No. Con estas palabras, Salomón indicaba que, como tantas otras cosas en la vida, los nacimientos y las muertes suceden todo el tiempo. No cabe duda de que en la vida habrá buenos y malos momentos, o como dijo Salomón, “tiempo de llorar y tiempo de reír”. Así que él estaba mostrando que tanto las desgracias imprevistas como esos sucesos que se repiten afectan “todo asunto bajo los cielos” (Eclesiastés 3:1-8; 9:11, 12). Por eso, llega a la conclusión de que no deberíamos dejarnos llevar por las ocupaciones del día a día hasta el punto de olvidarnos de nuestro Creador (Eclesiastés 12:1, 13).
En realidad, aunque Dios tiene autoridad sobre la vida y la muerte, no nos impone un destino. La Biblia indica que él nos ofrece a todos la posibilidad de vivir para siempre. Pero no nos obliga a aceptarla. Al contrario, en su Palabra dice: “Cualquiera que desee, tome gratis el agua de la vida” (Revelación [Apocalipsis] 22:17).

En efecto, para tomar “el agua de la vida”, debemos querer hacerlo. Así pues, nuestro futuro no depende del destino. Por el contrario, nuestras decisiones, actitudes y acciones pueden influir mucho en el futuro que tengamos.

Fuente: 15/1 - Atalaya 2015

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