El APRECIO A NUESTROS HERMANOS
_______ El verdadero sello distintivo de los cristianos es el amor. Nos alegra ver a un pueblo que se ama entre sí. Y ese amor debe demostrase a todos los hermanos y no sólo a quienes nos caen bien. Por eso, Jesús dijo: “Si aman a los que los aman, ¿qué galardón tienen? ¿No hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos?”. (Mateo 5:46.). Debemos de amar sinceramente, sin hipocresía. Por ello, debemos de preguntarnos constantemente: ¿Qué sentimos en lo más profundo del corazón respecto a algunos hermanos y hermanas de la congregación? ¿Los saludamos en las reuniones con una sonrisa obligada, y pronto miramos en otra dirección o seguimos adelante?
_______ Es sencillo amar a quienes nos aman o por los cuales tenemos una simpatía natural, pero lo que debemos hacer, y requiere un esfuerzo de nuestra parte, es amar a a nuestros enemigos, extendiendo o ensanchando nuestro corazón. Pero, ¿cómo podemos hacer eso? Pablo dio la respuesta al referirse siempre a sus hermanos en buenos términos. No se fijaba en la falta de ellos, sino resaltaba sus buenas cualidades. Así lo demostró en Carta a los Romanos, en el capítulo dieciséis. Allí recordó a varios de sus hermanos por nombre y señalo cualidades de ellos. Por eso, el texto nos anima encontrar buenas cualidades en cada uno de nuestros hermanos. Quizá sea fácil en algunos casos y en otros, señala, deberemos de pasar tiempo con ellos, conocerlo mejor y encontrar cualidades en cada uno.
_______ Por eso, es importante recordar siempre estas palabras: "¿Y qué los protege de volver al mundo y seguir los caminos de comodidad de ese sistema? Eso es el amor que les tienen a Jehová" Su amor a Jehová debe motivarnos a estar pendientes de ellos. Recordar que debemos de tratarlos con ternura y expresarles nuestro cariño. Pero, nos recuerda, evitar a aquellos que fomentan el desorden: "Ahora los exhorto, hermanos, a que vigilen a los que causan divisiones y ocasiones de tropiezo contrario a la enseñanza que ustedes han aprendido, y que los eviten" (Romanos 16:17)
FUENTE: Atalaya de 1 de octubre de 1988
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