27 de enero de 2016

¿Quien es Jehová? - parte 5




Se recupera el nombre divino en la traducción. 

Basándose en estos hechos, algunos traductores han incluido el nombre “Jehová” en sus traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas. The Emphatic Diaglott, una traducción del siglo XIX hecha por Benjamin Wilson, utiliza el nombre Jehová varias veces, en particular donde los escritores cristianos citan de las Escrituras Hebreas. Pero ya en el siglo XIV se había empezado a usar el Tetragrámaton en traducciones de las Escrituras Cristianas al hebreo, como en la del libro de Mateo que hizo Shem-Tob ben Isaac Ibn Shaprut, y que incorpora su obra ʼÉ·ven bó·jan. En las citas de las Escrituras Hebreas que aparecen en ese evangelio, la traducción de Shem-Tob empleó el Tetragrámaton siempre que este aparecía. Desde entonces, muchas otras traducciones hebreas han seguido esa misma norma.
Sobre lo propio de este proceder, nótese lo que dijo R. B. Girdlestone, anterior director del Wycliffe Hall (Oxford), antes de que se conociesen los manuscritos que mostraban que en un principio en la Septuaginta aparecía el nombre Jehová. Dice: “Si aquella versión [la Septuaginta] hubiera retenido el término [Jehová], o siquiera hubiera utilizado una palabra griega para Jehová y otra para ʼĂdônây, es indudable que tal uso se habría retenido en los discursos y argumentaciones del N[uevo] T[estamento]. Así nuestro Señor, al citar el Salmo 110, en lugar de decir, ‘Dijo el Señor a mi Señor’, hubiera podido decir ‘Jehová dijo a ʼĂdônîy’”.

Basándose en esta misma premisa (ya probada cierta), añade: “Supongamos que un erudito cristiano estuviera dedicado a traducir el Nuevo Testamento al hebreo, y que tuviera que considerar, cada vez que apareciera la palabra Κύριος, si había algo en el contexto que diera indicación de su verdadera representante hebrea. Esta es la dificultad que surgiría en la traducción del N[uevo] T[estamento] a todos los lenguajes si se hubiera dejado que el título Jehová se mantuviera en el A[ntiguo] T[estamento] [de la Septuaginta]. Las Escrituras hebreas serían una guía en muchos pasajes. Así, allí donde aparece la expresión ‘el ángel del Señor’, sabemos que el término ‘Señor’ representa a Jehová. A una conclusión similar es a la que se llegaría con la expresión ‘la palabra del Señor’ si se siguiera el precedente establecido por el A[ntiguo] T[estamento]. Lo mismo también en el caso del título ‘el Señor de los ejércitos’. Pero allí donde aparece la expresión ‘mi Señor’ o ‘nuestro Señor’ sabríamos que el término Jehová sería inadmisible, y que el término a utilizar debería ser ʼĂdônây o  ʼĂdônîy”. (Sinónimos del Antiguo Testamento, traducción y adaptación de Santiago Escuain, 1986, pág. 51.) Esta premisa ha servido de base a las traducciones de las Escrituras Griegas antes mencionadas para incluir el nombre Jehová.

A este respecto es sobresaliente la Traducción del Nuevo Mundo, usada en toda esta obra, en la que el nombre divino, escrito “Jehová”, aparece 237 veces en las Escrituras Griegas Cristianas. Como ya se ha mostrado, la inclusión del nombre está bien fundada.

Uso y significado del Nombre en tiempos antiguos. 

A menudo se han aplicado mal los pasajes de Éxodo 3:13-16 y 6:3 para indicar que el nombre de Jehová se le reveló por primera vez a Moisés poco antes del éxodo de Egipto. Es cierto que Moisés formuló la pregunta: “Supongamos que llego ahora a los hijos de Israel y de hecho les digo: ‘El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes’, y ellos de hecho me dicen: ‘¿Cuál es su nombre?’. ¿Qué les diré?”. Pero esto no significa que él o los israelitas no conociesen el nombre de Jehová. El mismo nombre de la madre de Moisés —Jokébed— posiblemente significa “Jehová Es Gloria”. (Éx 6:20.) Seguramente la pregunta de Moisés estaba relacionada con las circunstancias en las que se hallaban los hijos de Israel. Habían sufrido dura esclavitud durante muchas décadas sin ninguna señal de alivio. Es muy probable que se hubiesen infiltrado en el pueblo la duda y el desánimo, y como consecuencia se habría debilitado su fe en el poder y el propósito de Dios de liberarlos. (Véase también Eze 20:7, 8.) Por lo tanto, el que Moisés simplemente dijera que iba en el nombre de “Dios” (ʼElo·hím) o el “Señor Soberano” (ʼAdho·nái) no hubiera significado mucho para los israelitas que sufrían. Sabían que los egipcios tenían sus propios dioses y señores, y sin duda tuvieron que oírles mofas en el sentido de que sus dioses eran superiores al Dios de los israelitas.

Asimismo, se ha de tener presente que en aquel entonces los nombres tenían un significado real, no eran simples “etiquetas” para identificar a una persona, como ocurre hoy día. Moisés sabía que el nombre de Abrán (que significa “Padre Es Alto [Ensalzado]”) se cambió a Abrahán (que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”), y que el cambio obedeció al propósito de Dios con respecto a Abrahán. El nombre de Sarai también se cambió a Sara y el de Jacob, a Israel, y en cada caso el cambio puso de manifiesto algo fundamental y profético en cuanto al propósito de Dios para ellos. Moisés bien pudo preguntarse si entonces Jehová se revelaría a sí mismo bajo un nuevo nombre para arrojar luz sobre su propósito con respecto a Israel. El que Moisés fuese a los israelitas en el “nombre” de Aquel que le envió significaba que era su representante, y el peso de la autoridad con la que Moisés hablase estaría determinado por dicho nombre y lo que representaba. (Compárese con Éx 23:20, 21; 1Sa 17:45.) Así pues, la pregunta de Moisés era significativa.

La respuesta de Dios en hebreo fue “ʼEh·yéh ʼAschér ʼEh·yéh”. Aunque algunas versiones traducen esta expresión por “YO SOY EL QUE SOY”, hay que notar que el verbo hebreo (ha·yáh) del que se deriva la palabra ʼEh·yéh no significa simplemente “ser”, sino que, más bien, significa “llegar a ser” o “resultar ser”. No se hace referencia a la propia existencia de Dios, sino a lo que piensa llegar a ser con relación a otros. Por lo tanto, la Traducción del Nuevo Mundo traduce apropiadamente la expresión hebrea supracitada de este modo: “YO RESULTARÉ SER LO QUE RESULTARÉ SER”. Después Jehová añadió: “Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘YO RESULTARÉ SER me ha enviado a ustedes’”. (Éx 3:14, nota.)

Las palabras que siguen a esta declaración muestran que no se estaba produciendo ningún cambio en el nombre de Dios, sino solo una mejor comprensión de su personalidad: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘Jehová el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y este es la memoria de mí a generación tras generación”. (Éx 3:15; compárese con Sl 135:13; Os 12:5.) El nombre Jehová viene del verbo hebreo ha·wáh, “llegar a ser”, y significa en realidad “Él Causa Que Llegue a Ser”. Este significado presenta a Jehová como Aquel que, con acción progresiva, hace que Él mismo llegue a ser el Cumplidor de promesas. De este modo siempre hace que sus propósitos se realicen. Solo el Dios verdadero podría llevar tal nombre de manera apropiada y legítima.

Lo antedicho ayuda a entender el sentido de lo que después le dijo Jehová a Moisés: “Yo soy Jehová. Y yo solía aparecerme a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero en cuanto a mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos”. (Éx 6:2, 3.) Dado que aquellos patriarcas, antepasados de Moisés, habían utilizado muchas veces el nombre Jehová, es obvio que Dios se refería a que se les había manifestado en la dimensión de Jehová solo de manera limitada. Para ilustrarlo: difícilmente se podría decir que aquellas personas que habían conocido a Abrán en realidad le conocieron como Abrahán (“Padre de una Muchedumbre [Multitud]”) mientras solo tenía un hijo, Ismael. A medida que le nacieron Isaac y otros hijos, y estos a su vez tuvieron prole, el nombre Abrahán adquirió mayor significado. Del mismo modo, también el nombre Jehová entonces adquiriría un significado más amplio para los israelitas.

Por lo tanto, “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1Sa 25:9-11; compárese con 2Sa 8:13.) De igual manera, Faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éx 5:1, 2.) Con estas palabras Faraón estaba diciendo que no conocía a Jehová como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre el rey de Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para llevar a cabo su voluntad como se había anunciado por medio de Moisés y Aarón. Pero entonces Faraón y todo Egipto, así como los israelitas, llegarían a conocer el verdadero significado de ese nombre, la persona a quien representaba. Como Jehová le mostró a Moisés, eso llegaría como resultado de que Él realizase su propósito para con Israel: liberar al pueblo y darle la Tierra Prometida, cumpliendo así el pacto que había hecho con sus antepasados. De este modo, como Dios dijo, “ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éx 6:4-8
)

Por lo tanto, el profesor de hebreo D. H. Weir dice que los que alegan que en Éxodo 6:2, 3 se revela por primera vez el nombre Jehová “no han estudiado [estos versículos] a la luz de otros textos; de otro modo se hubieran dado cuenta de que la palabra nombre no hace referencia a las dos sílabas que componen la voz Jehová, sino a la idea que esta expresa. Cuando leemos en Isaías cap. LII. 6, ‘Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre’, o en Jeremías cap. XVI. 21, ‘Sabrán que mi nombre es Jehová’, o en los Salmos, Sl. IX [10, 16], ‘Y en ti confiarán los que conocen tu nombre’, vemos en seguida que conocer el nombre de Jehová es algo muy diferente de conocer las cuatro letras que lo componen. Es conocer por experiencia que Jehová es en realidad lo que su nombre expresa que es. (Compárese también con Is. XIX. 20, 21; Eze. XX. 5, 9; XXXIX. 6, 7; Sl LXXXIII. [18]; LXXXIX. [16]; 2 Cr. VI. 33.)”. (The Imperial Bible-Dictionary, vol. 1, págs. 856, 857.)

22 de enero de 2016

¿Quién es Jehová? - parte 4



En las Escrituras Griegas Cristianas.

En vista de las pruebas presentadas, parece muy extraño que las copias manuscritas existentes del texto original de las Escrituras Griegas Cristianas no contengan el nombre divino en su forma completa. Por ello el nombre tampoco se encuentra en la mayoría de las traducciones del llamado Nuevo Testamento. Sin embargo, en estas traducciones sí aparece en su forma abreviada como parte de la expresión “Aleluya”, “Aleluia” o “Haleluia”. (Rev 19:1, 3, 4, 6; BAS; BC; BJ; LT; Val, 1868.) Esta expresión (“¡Alaben a Jah!” [NM]), pronunciada por hijos celestiales de Dios, hace patente que el nombre divino no estaba en desuso; es más, era tan importante y pertinente como lo había sido en el período precristiano. Entonces, ¿a qué se debe la ausencia de su forma completa en las Escrituras Griegas Cristianas?

¿Por qué no se encuentra el nombre divino en su forma completa en ningún manuscrito antiguo disponible de las Escrituras Griegas Cristianas?

Durante mucho tiempo se ha argumentado que como los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas hicieron sus citas de las Escrituras Hebreas basándose en la Septuaginta, y en esta versión se había sustituido el Tetragrámaton por los términos Ký·ri·os o The·ós, el nombre de Jehová no debió aparecer en sus escritos. Como se ha mostrado, este argumento ya no es válido. Al comentar sobre el hecho de que los fragmentos más antiguos de la Septuaginta sí contienen el nombre divino en su forma hebrea, el doctor P. Kahle dice: “Ahora sabemos que el texto griego de la Biblia [la Septuaginta], en tanto fue escrito por y para judíos, no tradujo el nombre divino por kyrios, sino que en esos MSS [manuscritos] se conservó el Tetragrámaton con letras hebreas o griegas. Fueron los cristianos quienes reemplazaron el Tetragrámaton por kyrios cuando el nombre divino escrito en letras hebreas ya no se entendía”. (The Cairo Geniza, Oxford, 1959, pág. 222.) ¿Cuándo se produjo este cambio en las traducciones griegas de las Escrituras Hebreas?

Debió producirse en el transcurso de los siglos que siguieron a la muerte de Jesús y sus apóstoles. En la versión griega de Aquila, del siglo II E.C., el Tetragrámaton todavía aparecía en caracteres hebreos. Alrededor del año 245 E.C., el famoso erudito Orígenes produjo su Héxapla, una reproducción a seis columnas de las Escrituras Hebreas inspiradas que contenía: 1) el texto hebreo y arameo original, 2) una transliteración al griego del texto hebreoarameo, 3) la versión de Aquila, 4) la versión de Símaco, 5) la Septuaginta y 6) la versión de Teodoción. Basándose en las copias incompletas que se conocen actualmente, el profesor W. G. Waddell dice: “En la Héxapla de Orígenes [...] las versiones griegas de Aquila, Símaco y LXX [la Septuaginta] representan JHWH por ΠΙΠΙ; en la segunda columna de la Héxapla, el Tetragrámaton está escrito en caracteres hebreos”. (The Journal of Theological Studies, Oxford, vol. 45, 1944, págs. 158, 159.) Otros creen que el texto original de la Héxapla de Orígenes empleó caracteres hebreos para el Tetragrámaton en todas sus columnas. Orígenes mismo dijo que “en los manuscritos más fieles EL NOMBRE está escrito con
caracteres hebreos, no del hebreo moderno, sino del arcaico”.

En fecha tan tardía como el siglo IV E.C., Jerónimo, el autor de la traducción denominada Vulgata latina, dice en su prólogo a los libros de Samuel y Reyes: “Y hallamos el nombre de Dios, el Tetragrámaton [יהוה], en ciertos volúmenes griegos aun en la actualidad expresado con las letras antiguas”. En una carta escrita en Roma en 384 E.C., Jerónimo dice: “El noveno [nombre de Dios es] tetragrammo, que los hebreos tuvieron por [a·nek·fṓ·nē·ton], esto es, ‘inefable’, y se escribe con estas tres letras: iod, he, uau, he. Algunos no lo han entendido por la semejanza de estas letras y, al hallarlo en los códices griegos, escribieron de ordinario πι πι [letras griegas que corresponden a las romanas pi pi]”. (Cartas de San Jerónimo, Carta 25 a Marcela.)

De modo que los llamados cristianos que “reemplazaron el Tetragrámaton por Ký·ri·os” en las copias de la Septuaginta no fueron los discípulos primitivos de Jesús, sino personas de siglos posteriores, cuando la predicha apostasía estaba bien desarrollada y había corrompido la pureza de las enseñanzas cristianas. (2Te 2:3; 1Ti 4:1.)

Jesús y sus discípulos lo usaron. 

Así que, con toda seguridad, en los días de Jesús y sus discípulos el nombre divino aparecía en las Escrituras, tanto en los manuscritos hebreos como en los griegos. ¿Emplearon ellos el nombre divino en su conversación y escritura? En vista de que Jesús condenó las tradiciones de los fariseos (Mt 15:1-9), sería sumamente irrazonable pensar que él y sus discípulos se dejaran influir por las ideas farisaicas (como las que se registran en la Misná) a este respecto. Por otra parte, el propio nombre de Jesús significa “Jehová Es Salvación”. Él declaró: “Yo he venido en el nombre de mi Padre” (Jn 5:43); enseñó a sus seguidores a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mt 6:9); dijo que hacía sus obras “en el nombre de [su] Padre” (Jn 10:25), y la noche de su muerte dijo en oración que había puesto de manifiesto el nombre de su Padre a sus discípulos, y pidió: “Padre santo, vigílalos por causa de tu propio nombre”. (Jn 17:6, 11, 12, 26.) En vista de lo antedicho, cuando Jesús citó o leyó de las Escrituras Hebreas, ciertamente pronunció el nombre de Dios: Jehová. (Compárese Mt 4:4, 7, 10 con Dt 8:3; 6:16; 6:13; Mt 22:37 con Dt 6:5; Mt 22:44 con Sl 110:1; y Lu 4:16-21 con Isa 61:1, 2.) Como es lógico, los discípulos de Jesús, entre ellos los escritores inspirados de las Escrituras Griegas Cristianas, siguieron su ejemplo a este respecto.

¿Por qué, entonces, no aparece el nombre en los manuscritos disponibles de las Escrituras Griegas Cristianas, o el llamado Nuevo Testamento? Seguramente porque los manuscritos que hoy tenemos (del siglo III E.C. en adelante) se hicieron después que se alteró el texto original de los apóstoles y discípulos. Los copistas posteriores sin duda reemplazaron el nombre divino —el Tetragrámaton— por los términos Ký·ri·os y The·ós. (GRABADO, vol. 1, pág. 324.) Los hechos muestran que eso es justo lo que ocurrió en copias posteriores de la Versión de los Setenta de las Escrituras Hebreas.

Fuente: Perspicacia para comprender las escrituras, Tomo II, pág. 39, 40

21 de enero de 2016

¿Quién es Jehová? - parte 3



Importancia del Nombre.

Muchos eruditos modernos y traductores de la Biblia abogan por seguir la tradición de eliminar el nombre propio de Dios. No solo alegan que su pronunciación insegura justifica tal proceder, sino que también sostienen que la supremacía y singularidad del Dios verdadero hace innecesario que tenga un nombre distintivo. Este punto de vista no tiene apoyo alguno en las Escrituras inspiradas, ni en las Hebreas ni en las Griegas Cristianas.

El Tetragrámaton aparece 6.828 veces en el texto hebreo impreso de la Biblia Hebraica y de la Biblia Hebraica Stuttgartensia. En las Escrituras Hebreas de la Traducción del Nuevo Mundo el nombre Jehová aparece un total de 6.973 veces, porque los traductores tomaron en cuenta, entre otras cosas, el hecho de que en algunos lugares los soferim habían cambiado el Tetragrámaton por ʼAdho·nái y ʼElo·hím. (Véase NM, apéndice, págs. 1559, 1560.) La misma frecuencia con que aparece este nombre demuestra la importancia que tiene para su Portador, el Autor de la Biblia. El número de veces que se emplea en todas las Escrituras es muy superior al de cualquiera de los títulos que se le aplican, como “Señor Soberano” o “Dios”.

También debe notarse la importancia que se da a los nombres en las Escrituras Hebreas y en los pueblos semitas. El Diccionario de la Biblia (edición de Serafín de Ausejo, Barcelona, 1981, cols. 1340, 1341) dice: “Según la concepción antigua y primitiva, el n[ombre] no es sólo lo que designa, caracteriza y distingue de los demás a su portador, sino además un elemento esencial de su personalidad. [...] Si el n[ombre] de alguien es invocado o pronunciado sobre una cosa, ésta queda íntimamente ligada con la persona nombrada. [...] Si uno invoca sobre alguien el n[ombre] de un ser poderoso, le asegura su protección. (Compárese con Everyman’s Talmud, de A. Cohen, 1949, pág. 24; Gé 27:36; 1Sa 25:25; Sl 20:1; Pr 22:1)

“Dios” y “Padre” no son distintivos. 

El título “Dios” no es ni personal ni distintivo (una persona incluso puede hacer un dios de su vientre; Flp 3:19). En las Escrituras Hebreas la misma palabra (ʼElo·hím) se aplica a Jehová, el Dios verdadero, y a los dioses falsos, como el dios filisteo Dagón (Jue 16:23, 24; 1Sa 5:7) y el dios asirio Nisroc. (2Re 19:37.) El que un hebreo le dijese a un filisteo o a un asirio que adoraba a “Dios [ʼElo·hím]” obviamente no hubiera bastado para identificar a la Persona a quien iba dirigida su adoración.

La obra The Imperial Bible-Dictionary, en sus artículos sobre Jehová, ilustra bien la diferencia entre ʼElo·hím (Dios) y Jehová. Dice del nombre Jehová: “En todas partes es un nombre propio que señala al Dios personal y solo a él, mientras que Elohím comparte más el carácter de un nombre común, el cual, por lo general, se refiere al Supremo, aunque no necesaria ni uniformemente [...]. El hebreo puede decir el Elohím, el Dios verdadero, en contraste con todos los dioses falsos; pero nunca dice el Jehová, pues el nombre Jehová es exclusivo del Dios verdadero. Dice vez tras vez mi Dios [...], pero nunca mi Jehová, pues cuando dice mi Dios, se refiere a Jehová. Habla del Dios de Israel, pero nunca del Jehová de Israel, pues no hay ningún otro Jehová. Habla del Dios vivo, pero nunca del Jehová vivo, pues no puede concebir a Jehová de otra manera que no sea vivo” (edición de P. Fairbairn, Londres, 1874, vol. 1, pág. 856).

Lo mismo es cierto del término griego para Dios, The·ós. Este vocablo se aplicaba de igual manera al Dios verdadero y a dioses paganos como Zeus y Hermes, dioses griegos que correspondían a los romanos Júpiter y Mercurio. (Compárese con Hch 14:11-15.) Las palabras de Pablo en 1 Corintios 8:4-6 presentan la verdadera situación: “Porque aunque hay aquellos que son llamados ‘dioses’, sea en el cielo o en la tierra, así como hay muchos ‘dioses’ y muchos ‘señores’, realmente para nosotros hay un solo Dios el Padre, procedente de quien son todas las cosas, y nosotros para él”. La creencia en numerosos dioses, que hace necesario que el Dios verdadero se distinga de los falsos, ha continuado hasta nuestro siglo XX.

La referencia de Pablo a “Dios el Padre” no significa que el nombre del Dios verdadero sea “Padre”, pues esta designación aplica asimismo a todo varón humano que sea progenitor y también se refiere a hombres que son padres en otros sentidos. (Ro 4:11, 16; 1Co 4:15.) Al Mesías se le da el título de “Padre Eterno”. (Isa 9:6.) Jesús llamó a Satanás el “padre” de ciertos opositores asesinos. (Jn 8:44.) El término también se aplicó a los dioses de las naciones. Por ejemplo: en la poesía de Homero al dios griego Zeus se le representaba como el gran dios padre. En numerosos textos se muestra que “Dios el Padre” tiene un nombre diferente del de su Hijo. (Mt 28:19; Rev 3:12; 14:1.) Pablo conocía el nombre personal de Dios, Jehová, como aparece en el relato de la creación en Génesis, registro del que citó en sus escritos. Ese nombre, Jehová, distingue a “Dios el Padre” (compárese con Isa 64:8), e impide cualquier intento de fusionar o mezclar su identidad y persona con la de cualquier otro a quien pueda aplicársele el título “dios” o “padre”.

No es un dios tribal.

A Jehová se le llama el “Dios de Israel” y el “Dios de sus antepasados”. (1Cr 17:24; Éx 3:16.) Esta asociación íntima con los hebreos y con la nación israelita, sin embargo, no da ninguna razón para circunscribir el nombre al de un dios tribal, como algunos han hecho. El apóstol cristiano Pablo escribió: “[¿]Es él el Dios de los judíos únicamente? ¿No lo es también de gente de las naciones? Sí, de gente de las naciones también”. (Ro 3:29.) Jehová no es solo el “Dios de toda la tierra” (Isa 54:5), sino también el Dios del universo, “el Hacedor del cielo y de la tierra”. (Sl 124:8.) En el pacto que Jehová había celebrado con Abrahán casi dos mil años antes del tiempo de Pablo, había prometido bendiciones para gente de todas las naciones, mostrando así Su interés en toda la humanidad. (Gé 12:1-3; compárese con Hch 10:34, 35; 11:18.)

Finalmente, Jehová Dios rechazó a la nación de Israel debido a su infidelidad. No obstante, su nombre continuaría asociado con la nueva nación del Israel espiritual, la congregación cristiana, incluso cuando esa nueva nación empezara a aceptar en su seno a los que no eran judíos. Cuando el discípulo Santiago presidió una asamblea cristiana en Jerusalén, dijo que Dios había “[dirigido] su atención a las naciones [no judías] para sacar de entre ellas un pueblo para su nombre”. Como prueba de que se había predicho con anterioridad, Santiago citó una profecía del libro de Amós en la que aparece dos veces el nombre de Jehová. (Hch 15:2, 12-14; Am 9:11, 12.)


Fuente: Perspicacia para entender las escrituras, tomo II, pag. 37, 38

20 de enero de 2016

¿Quién es Jehová? - parte 2



¿Cuándo dejaron los judíos de pronunciar el nombre personal de Dios?

Por tanto, al menos por escrito, no hay prueba sólida de que el nombre divino hubiera desaparecido o caído en desuso antes de nuestra era. Es en el siglo I E.C. cuando se empieza a observar cierta actitud supersticiosa hacia el nombre de Dios. Cuando Josefo, historiador judío perteneciente a una familia sacerdotal, relata la revelación de Dios a Moisés en el lugar de la zarza ardiente, dice: “Dios entonces le dijo su santo nombre, que nunca había sido comunicado a ningún hombre; por lo tanto no sería leal por mi parte que dijera nada más al respecto”. (Antigüedades Judías, libro II, cap. XII, sec. 4.) Sin embargo, las palabras de Josefo, además de ser inexactas en lo que tiene que ver con que se desconociera el nombre divino antes de Moisés, son vagas y no revelan con claridad cuál era la actitud común en el siglo I en cuanto a la pronunciación o uso del nombre divino.
La Misná judía, una colección de enseñanzas y tradiciones rabínicas, es algo más explícita. Su compilación se atribuye al rabino Yehudá ha-Nasí (Judá el Príncipe), que vivió en los siglos II y III E.C. Parte del contenido de la Misná se relaciona claramente con las circunstancias anteriores a la destrucción de Jerusalén y su templo en 70 E.C. No obstante, un docto dice sobre la Misná: “Es extremadamente difícil decidir qué valor histórico debe atribuirse a las tradiciones de la Misná. El tiempo que puede haber oscurecido o distorsionado los recuerdos de épocas tan dispares; los levantamientos, cambios y confusiones políticas que ocasionaron dos rebeliones y dos conquistas romanas; las normas de los fariseos (cuyas opiniones registra la Misná), distintas de las de los saduceos [...], todos estos son factores que deben sopesarse a la hora de valorar la naturaleza de las afirmaciones de la Misná. Además, mucho del contenido de la Misná persigue como único fin el diálogo académico, al parecer sin pretensión de ubicarlo históricamente”. (The Mishnah, traducción al inglés de H. Danby, Londres, 1954, págs. XIV, XV.) Algunas de las tradiciones de la Misná sobre la pronunciación del nombre divino son:
La Misná dice con relación al día de la expiación anual: “Los sacerdotes y pueblo estaban en el atrio y cuando oían el Nombre que pronunciaba claramente el Sumo Sacerdote, se arrodillaban, se postraban con el rostro en tierra y decían: ‘bendito el nombre de la gloria de su reino por siempre y jamás’” (Yoma 6:2). Sota 7:6 dice sobre las bendiciones sacerdotales cotidianas: “En el templo se pronunciaba el nombre como está escrito, en la provincia con una sustitución”. Sanhedrin 7:5 dice: “El blasfemo no es culpable en tanto no mencione explícitamente el Nombre”, y añade que en un juicio que tuviera que ver con una acusación de blasfemia, se usaba un nombre sustitutivo hasta haber oído todos los hechos; luego se le pedía en privado al testigo de cargo: “Di, ¿qué oíste de modo explícito?”, y se empleaba, como es lógico, el nombre divino. Cuando Sanhedrin 10:1 menciona a los “que no tienen parte en la vida futura”, observa: “Abá Saúl dice: también el que pronuncia el nombre de Dios con sus letras”. No obstante, a pesar de estos puntos de vista negativos, en la primera parte de la Misná también se halla la declaración positiva de que una persona podía “saludar a su prójimo con el nombre de Dios”, y se cita el ejemplo de Boaz. (Rut 2:4; Berajot 9:5.)
Sin exagerar su importancia, estos puntos de vista tradicionales tal vez indiquen una tendencia supersticiosa a evitar el uso del nombre divino ya antes de la destrucción del templo de Jerusalén en 70 E.C. De todos modos, se dice de modo explícito que eran principalmente los sacerdotes quienes usaban un nombre sustitutivo para el nombre divino, y eso solo en las provincias. Por otra parte, como hemos visto, es discutible el valor histórico de las tradiciones de la Misná.
Por lo tanto, no hay ninguna base sólida para asignar al desarrollo de este punto de vista supersticioso una fecha anterior a los siglos I y II E.C. Sin embargo, con el tiempo, el lector judío empezó a utilizar los términos ʼAdho·nái (Señor Soberano) o ʼElo·hím (Dios) en sustitución del nombre divino representado por el Tetragrámaton, y así evitaba pronunciarlo cuando leía las Escrituras Hebreas en el lenguaje original. Así debió ocurrir, pues cuando empezaron a usarse los puntos vocálicos en la segunda mitad del I milenio E.C., los copistas judíos insertaron en el Tetragrámaton los puntos vocálicos de ʼAdho·nái o de ʼElo·hím, seguramente para advertir al lector de que pronunciara esas palabras en lugar del nombre divino. Por supuesto, en las copias posteriores de la Septuaginta griega de las Escrituras Hebreas, el Tetragrámaton se hallaba completamente reemplazado por Ký·ri·os y The·ós. (Véase SEÑOR.)
Las traducciones a otros idiomas, como la Vulgata latina, siguieron el ejemplo de las copias posteriores de la Septuaginta. Por esta razón, la versión Scío, basada en la Vulgata, no contiene el nombre divino, aunque sí lo menciona en sus notas. Otro tanto ocurre con la versión Torres Amat (excepto en unas pocas ocasiones que sí aparece), mientras que La Biblia de las Américas emplea SEÑOR o DIOS para representar el Tetragrámaton en las Escrituras Hebreas cada vez que aparece.

¿Cuál es la pronunciación correcta del nombre de Dios?

En la segunda mitad del I milenio E.C., los eruditos judíos introdujeron un sistema de puntos para representar las vocales que faltaban en el texto consonántico hebreo. En el caso del nombre de Dios, en vez de insertar la puntuación vocálica que le correspondía, insertaron la de ʼAdho·nái (Señor Soberano) o ʼElo·hím (Dios) para advertir al lector que debería leer estas palabras en vez del nombre divino.
El Códice de Leningrado B 19A, del siglo XI E.C., puntúa el Tetragrámaton para que lea Yehwáh, Yehwíh y Yeho·wáh. La edición de Ginsburg del texto masorético puntúa el nombre divino para que lea Yeho·wáh. (Gé 3:14, nota.) Normalmente los hebraístas favorecen la forma “Yahveh” (Yavé) como la pronunciación más probable. Señalan que la abreviatura del nombre es Yah (Jah en la forma latinizada), como en el Salmo 89:8 y en la expresión Ha·lelu-Yáh (que significa “¡Alaben a Jah!”). (Sl 104:35; 150:1, 6.) Además, las formas Yehóh, Yoh, Yah y Yá·hu, que se hallan en la grafía hebrea de los nombres Jehosafat, Josafat, Sefatías y otros, pueden derivarse del nombre divino Yahveh. Las transliteraciones griegas del nombre divino que hicieron los escritores cristianos, a saber, I·a·bé o I·a·ou·é (que en griego se pronunciaban de modo parecido a Yahveh), pueden indicar lo mismo. Sin embargo, no hay unanimidad entre los eruditos en cuanto a la pronunciación exacta; algunos hasta prefieren otras pronunciaciones, como “Yahuwa”, “Yahuah” o “Yehuah”.
Como en la actualidad es imposible precisar la pronunciación exacta, parece que no hay ninguna razón para abandonar la forma “Jehová”, muy conocida en español, en favor de otras posibles pronunciaciones. En caso de producirse este cambio, por la misma razón debería modificarse la grafía y pronunciación de muchos otros nombres de las Escrituras: Jeremías habría de ser Yir·meyáh; Isaías, Yeschaʽ·yá·hu, y Jesús, bien Yehoh·schú·aʽ (como en hebreo) o I·ē·sóus (como en griego). El propósito de las palabras es transmitir ideas; en español, el nombre Jehová identifica al Dios verdadero, y en la actualidad transmite esta idea de manera más satisfactoria que cualquier otra de las formas mencionadas.

Fuente: Perspicacia para entender las escrituras, tomo II, pag. 36,37

18 de enero de 2016

¿Quién es Jehová? - parte 1



Es el nombre personal de Dios. (Isa 42:8; 54:5.) Aunque en las Escrituras se le designa con títulos descriptivos, como “Dios”, “Señor Soberano”, “Creador”, “Padre”, “el Todopoderoso” y “el Altísimo”, su personalidad y atributos —quién y qué es Él— solo se resumen y expresan a cabalidad en este nombre personal. (Sl 83:18.)

Pronunciación correcta del Nombre Divino.

“Jehová” es la pronunciación más conocida en español del nombre divino, aunque la mayoría de los hebraístas apoyan la forma “Yahveh” (Yavé). Los manuscritos hebreos más antiguos presentan el nombre en la forma de cuatro consonantes, llamada comúnmente Tetragrámaton (del griego te·tra, que significa “cuatro”, y grám·ma, “letra”). Estas cuatro letras (escritas de derecha a izquierda) son יהוה y se pueden transliterar al español como YHWH (o JHVH).
Por lo tanto, las consonantes hebreas del nombre se conocen. El problema es determinar qué vocales hay que combinar con esas consonantes. Los puntos vocálicos se empezaron a utilizar en hebreo en la segunda mitad del I milenio E.C. No obstante, los puntos vocálicos hallados en manuscritos hebreos no proveen la clave para determinar qué vocales deberían aparecer en el nombre divino, debido a cierta superstición religiosa que había empezado siglos antes.

La superstición oculta el nombre. 

En algún momento surgió entre los judíos la idea supersticiosa de que era incorrecto hasta pronunciar el nombre divino (representado por el Tetragrámaton). No se sabe a ciencia cierta qué base hubo originalmente para dejar de pronunciar el nombre. Hay quien cree que surgió la enseñanza de que el nombre era tan sagrado que no lo debían pronunciar labios imperfectos. Sin embargo, en las mismas Escrituras Hebreas no se observa que ninguno de los siervos verdaderos de Dios tuviese reparos en pronunciar su nombre. Los documentos hebreos no bíblicos, como, por ejemplo, las llamadas Cartas de Lakís, muestran que en Palestina el nombre se usaba en la correspondencia durante la última parte del siglo VII a. E.C.
Otro punto de vista es que con ello se pretendía evitar que los pueblos no judíos conocieran el nombre y lo usaran mal. Sin embargo, Jehová mismo dijo que haría que ‘su nombre fuera declarado en toda la tierra’ (Éx 9:16; compárese con 1Cr 16:23, 24; Sl 113:3; Mal 1:11, 14), para que incluso sus adversarios lo conocieran. (Isa 64:2.) De hecho, el nombre se conocía y empleaba entre las naciones paganas tanto antes de la era común como durante los primeros siglos de nuestra era. (The Jewish Encyclopedia, 1976, vol. 12, pág. 119.) También se ha dicho que el propósito era evitar que se utilizara en ritos mágicos. En tal caso, hubiera sido una medida equivocada, pues cuanto más misterioso se hiciera por su desuso, más proclive sería a que lo utilizaran en sortilegios.

¿Cuándo se arraigó la superstición?

 Tal como no se sabe con seguridad la razón o razones originales por las que dejó de usarse el nombre divino, de la misma manera hay mucha incertidumbre en cuanto a cuándo se arraigó realmente esta superstición. Algunos alegan que empezó después del exilio en Babilonia (607-537 a. E.C.). Sin embargo, esta teoría se basa en una supuesta disminución del uso del nombre en la última parte de las Escrituras Hebreas, un punto de vista insostenible a la luz de los hechos. Por ejemplo: Malaquías, uno de los últimos libros de las Escrituras Hebreas —escrito en la última mitad del siglo V a. E.C.—, da gran importancia al nombre divino.
Muchas obras de consulta dicen que el nombre dejó de emplearse alrededor del año 300 a. E.C. Se cita como prueba la supuesta ausencia del Tetragrámaton (o una transliteración de este) en la Septuaginta, traducción griega de las Escrituras Hebreas que se inició alrededor de 280 a. E.C. Es cierto que los manuscritos más completos de la Septuaginta que se conocen en la actualidad sustituyen sistemáticamente el Tetragrámaton por las palabras griegas Ký·ri·os (Señor) o The·ós (Dios), pero estos manuscritos importantes solo se remontan hasta los siglos IV y V E.C. Hace poco se han descubierto fragmentos de manuscritos más antiguos que prueban que en las copias más antiguas de la Septuaginta aparecía el nombre divino.
Uno de estos, conocido como el Inventario núm. 266 de los papiros Fuad, contiene parte del libro de Deuteronomio. (GRABADO, vol. 1, pág. 326.) Este papiro presenta sistemáticamente el Tetragrámaton escrito en caracteres cuadrados hebreos cada vez que aparece en el texto hebreo del que se traduce. Los eruditos dicen que data del siglo I a. E.C., lo que lo hace cuatro o cinco siglos más antiguo que los manuscritos mencionados con anterioridad.

Fuente: Perspicacia para entender las escrituras, tomo II, pag. 35,36


15 de enero de 2016

Artículo - ¿Qué es un demonio?



Es un espíritu invisible malvado que tiene poderes sobrehumanos. Dios no creó a los demonios como tales. El primero que se hizo demonio a sí mismo fue Satanás el Diablo, quien llegó a ser el gobernante de otros hijos angélicos de Dios que también se hicieron demonios. (Mt 12:24, 26.) En los días de Noé, ángeles desobedientes se materializaron, se casaron con mujeres y engendraron una prole híbrida llamada nefilim. No obstante, se desmaterializaron cuando llegó el Diluvio. (Gé 6:1-4.) Cuando volvieron al reino de los espíritus, no recuperaron su elevada posición original, pues Judas 6 dice: “A los ángeles que no guardaron su posición original, sino que abandonaron su propio y debido lugar de habitación, los ha reservado con cadenas sempiternas bajo densa oscuridad para el juicio del gran día”. (1Pe 3:19, 20.) Por lo tanto, sus actividades están limitadas a esa condición de densa oscuridad espiritual. (2Pe 2:4.) Aunque no se les permite materializarse, aún pueden ejercer gran poder e influencia sobre la mente y la vida de los hombres. Incluso tienen poder para entrar en hombres y animales y poseerlos, y los hechos muestran que también se valen de cosas inanimadas, como casas, fetiches y amuletos. (Mt 12:43-45; Lu 8:27-33.)
El objeto de toda esa actividad demoníaca es poner a la gente en contra de Jehová y de la adoración pura que a Él se le debe. Con buena base, la ley de Jehová prohibió tajantemente toda forma de demonismo. (Dt 18:10-12.) Sin embargo, el pueblo rebelde de Israel se apartó tanto de esa ley que llegó al extremo de sacrificar a sus hijos e hijas a demonios. (Sl 106:37; Dt 32:17; 2Cr 11:15.) En el tiempo de Jesús la influencia demoníaca estaba muy extendida, y la expulsión de demonios fue uno de los principales milagros que efectuó Cristo. (Mt 8:31, 32; 9:33, 34; Mr 1:39; 7:26-30; Lu 8:2; 13:32.) Jesús otorgó este poder a sus doce apóstoles y a los setenta discípulos que comisionó, para que también pudiesen expulsar demonios en su nombre. (Mt 10:8; Mr 3:14, 15; 6:13; Lu 9:1; 10:17.)
Hoy en día la influencia demoníaca no es menos manifiesta; sigue siendo cierto que “las cosas que las naciones sacrifican, a demonios las sacrifican”. (1Co 10:20.) En el último libro de la Biblia, la “revelación por Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus esclavos las cosas que tienen que suceder dentro de poco” (Rev 1:1), se da una advertencia profética respecto a la intensificación de la actividad demoníaca que habría sobre la Tierra, al decir: “Hacia abajo fue arrojado el gran dragón, la serpiente original, el que es llamado Diablo y Satanás, que está extraviando a toda la tierra habitada; fue arrojado abajo a la tierra, y sus ángeles [demonios] fueron arrojados abajo con él. [...] A causa de esto, [...] ¡Ay de la tierra y del mar!, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo”. (Rev 12:9, 12.) También dice que las expresiones inmundas semejantes a ranas, “son, de hecho, expresiones inspiradas por demonios, y ejecutan señales, y salen a los reyes de toda la tierra habitada, para reunirlos a la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”. (Rev 16:13, 14.)
Por lo tanto, los cristianos deben luchar tenazmente en contra de esas fuerzas espirituales inicuas. Al comentar que no basta con solo creer, el discípulo Santiago dijo: “Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen”. (Snt 2:19.) Pablo advirtió: “En períodos posteriores algunos se apartarán de la fe, prestando atención a expresiones inspiradas que extravían y a enseñanzas de demonios”. (1Ti 4:1.) No es posible comer de la mesa de Jehová y al mismo tiempo alimentarse de la mesa de los demonios. (1Co 10:21.) Por consiguiente, hay que luchar con firmeza en contra del Diablo y sus demonios, “contra las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. (Ef 6:12.)

¿Qué eran los “demonios” para los griegos a quienes Pablo predicó?

El uso dado hasta aquí al término “demonio” es restringido y concreto si se compara con la noción que tenían los filósofos de la antigüedad y el uso que se dio a este vocablo en el griego clásico. El Theological Dictionary of the New Testament (edición de G. Kittel, vol. 2, pág. 8) dice a este respecto: “El significado del adjetivo dai·mó·ni·os, destaca con toda claridad la peculiar concepción griega de los demonios, pues designa todo aquello que se halla más allá de las posibilidades humanas y que puede retrotraerse a la intervención de poderes superiores, tanto en lo que respecta al bien como en lo que se refiere al mal. Para los escritores precristianos, dai·mó·ni·on, tenía el sentido de lo ‘divino’” (traducción al inglés de G. Bromiley, edición de 1971). En una discusión que sostuvieron con Pablo los filósofos epicúreos y estoicos, dijeron de él: “Parece que es publicador de deidades [gr. dai·mo·ní·ōn] extranjeras”. (Hch 17:18.)
Cuando Pablo se dirigió a los atenienses, empleó una forma compuesta del griego dái·mōn, al decir: “Parecen estar más entregados que otros al temor a las deidades [gr. dei·si·dai·mo·ne·sté·rous; ‘más supersticiosos’, Vulgata latina]”. (Hch 17:22.) En un comentario sobre esta palabra compuesta, F. F. Bruce dice: “El buen o mal sentido de esta expresión se determina por el contexto. De hecho, es tan ambigua como la palabra ‘religiosos’ [...] que en un contexto como este sería mejor traducir por ‘muy religiosos’. No obstante, traducirla por ‘supersticiosos’ [como hacen Scío y Val, 1909] no es del todo inexacto; para Pablo, aquella religión era fundamentalmente supersticiosa, como también lo era —aunque sobre otra base— para los epicúreos”. (The Acts of the Apostles, 1970, pág. 335.)
Cuando Festo se dirigió al rey Herodes Agripa II, le dijo que los judíos habían tenido ciertas disputas con Pablo respecto a su propia “adoración de la deidad [gr. dei·si·dai·mo·ní·as; ‘superstición’, Vulgata latina]”. (Hch 25:19.) A propósito de esta palabra, F. F. Bruce comentó que “podría traducirse sin ambages por la palabra ‘superstición’ [como hacen BR, NC, Scío, TA y Val, 1909]. El adjetivo correspondiente tiene la misma ambigüedad que en Hechos 17:22”. (Commentary on the Book of the Acts, 1971, pág. 483.)


Fuente: Perspicacia para comprender las escrituras T. 1

11 de enero de 2016

Audiolibro - Evangelio de Mateo

El evangelio de Mateo relata la vida de Jesús, su ministerio en la tierra, sus enseñanzas y la demostración evidente de su amor y lealtad a Jehová, cuyo nombre ha sido restituido en sus posiciones originales. Por ello, esta edición menciona el nombre de Jehová Dios a diferencia de otras donde el nombre sagrado ha sido eliminado. Se disfruta mejor y nos ayuda a sentir mas cercano a nuestro Padre Jehová.


7 de enero de 2016

VIDEO - Broadcasting Enero 2016 HD

El JW broadcasting es un magazzine espiritual. Contiene información acerca de nuestra predicación, testimonios y experiencias de hermanos que sufren problemas tribulación a causa de su fe o que las circunstancias cotidianas, como el trabajo o el estudio, les causa desaliento; hay un discurso central de unos quince a veinte minutos, además de saludos de algunas de las congregaciones alrededor del mundo, un video musical, entre otras cosas. Realmente es un alimento espiritual no solo para los Testigos de Jehová sino para todas las personas alrededor del mundo. Espero que sean felices al aprender más de Jehová y de su gobierno. :)


 

¿Qué propósito tiene Dios para la Tierra?


1. ¿Para qué creó Dios la Tierra?

Adán y Eva en el jardín de Edén y cuando fueron echados del jardín
Jehová diseñó la Tierra para que los seres humanos vivamos en ella. Cuando creó a Adán y Eva, la primera pareja humana, no fue para que poblaran los cielos. Dios ya había creado a los ángeles para que vivieran allí (Job 38:4, 7). Jehová puso al primer hombre en un hermoso jardín llamado Edén (Génesis 2:15-17). Además, le brindó a él, así como a sus futuros descendientes, la oportunidad de gozar de vida sin fin en la Tierra. (Lea Salmo 37:29 y 115:16.)

Ahora bien, el jardín de Edén solo abarcaba una pequeña parte de la Tierra. Adán y Eva habrían de tener hijos para llenar el planeta y poco a poco ir extendiendo aquel paraíso (Génesis 1:28). La Tierra siempre será el hogar de la humanidad, y nunca será destruida. (Lea Salmo 104:5.)

2. ¿Por qué no es la Tierra hoy un paraíso?

Porque Adán y Eva desobedecieron a Dios y fueron expulsados de Edén. Por tanto, el Paraíso original se perdió, y nadie ha logrado restablecerlo. De hecho, la Biblia dice que la Tierra ha sido dada en manos de la gente malvada (Job 9:24). (Lea Génesis 3:23, 24.)

Entonces, ¿se ha dado por vencido Jehová en cuanto a su propósito para la humanidad? De ninguna manera, pues él es todopoderoso y nunca fracasa (Isaías 45:18). En el futuro, Dios hará que la vida del hombre sea tal como él quería desde un principio. (Lea Salmo 37:11, 34.)

3. ¿Cómo se restaurará el Paraíso?

Jesús, como Rey del Reino de Dios, convertirá la Tierra en un paraíso. Junto con los ángeles, destruirá a todos los enemigos de Dios en la guerra de Armagedón. Entonces,  encerrará por mil años a Satanás, el ángel malvado que hizo que Adán y Eva desobedecieran. Los siervos de Dios sobrevivirán a la destrucción, pues Jesús los guiará y protegerá, y finalmente disfrutarán de vida eterna en el Paraíso. (Lea Revelación [Apocalipsis] 20:1-3 y 21:3, 4.)

4. ¿Cuándo acabará el sufrimiento?

¿Cuándo terminará Dios con la maldad? Jesús dio una “señal” para indicar cuándo se acercaría ese momento. Las condiciones actuales, que amenazan la supervivencia del género humano, demuestran que vivimos en “la conclusión del sistema de cosas”. (Lea Mateo 24:3, 7-14, 21, 22.)

Durante los mil años que Jesús gobernará la Tierra desde el cielo, irá eliminando las causas de sufrimiento (Isaías 9:6, 7; 11:9). Como además de rey, será sumo sacerdote, se encargará de borrar los pecados de quienes aman a Dios. Así pues, por medio de Jesús, Dios acabará con las enfermedades, la vejez y la muerte. (Lea Isaías 25:8 y 33:24.)

5. ¿Quiénes vivirán en el Paraíso?

En el Salón del Reino conocerá a personas que aman a Dios y quieren aprender a hacer su voluntad
Las personas que obedecen a Dios vivirán en el Paraíso (1 Juan 2:17). Jesús mandó a sus seguidores a buscar a gente de buen corazón para enseñarle a ganarse la aprobación de Dios. Hoy, Jehová está preparando a millones de personas para que vivan en el Paraíso (Sofonías 2:3). Quienes se reúnen en los Salones del Reino de los testigos de Jehová —donde familias enteras sirven juntas a Dios— aprenden a ser mejores esposos y padres y a beneficiarse de las buenas noticias que da la Biblia. (Lea Miqueas 4:1-4.)


Fuente: https://www.jw.org/es/publicaciones/libros/buenas-noticias-de-parte-de-dios/prop%C3%B3sito-de-dios-para-la-tierra/

4 de enero de 2016

Artículo: Las obscenidades... ¿son realmente perjudiciales?



SE CALCULA que en algunas ciudades grandes de los Estados Unidos una de cada cinco palabras que se dicen tal vez sea una palabrota. En Italia, según cálculos de la Unión Nacional contra la Blasfemia, se dicen diariamente más de mil millones de blasfemias contra Dios o la iglesia. En efecto, el echar maldiciones es uno de los pasatiempos principales en muchos lugares.
Eso debe aplaudirse, dice Reinhold Aman, director de Maledicta, revista sobre lenguaje blasfemo. Él opina que la agresión verbal es provechosa, pues es preferible a la agresión física. “Prefiero que me llamen [*@*@] que recibir un disparo o una puñalada en el pecho”, dice Aman.
A eso Chaytor Mason añade unas palabras en favor de las palabrotas, al decir: “El lenguaje blasfemo, el echar maldiciones o como usted quiera llamarlo, es un método que por mucho tiempo ha resultado eficaz para desahogar las emociones que la frustración ha producido”.
Cada vez más personas toleran el lenguaje blasfemo y opinan que es inofensivo. Creen que está justificado el uso de una obscenidad apropiada para la ocasión. De hecho, Seventeen, revista para muchachas adolescentes, hace esta observación: “Alguna que otra vez, es divertido reunirse con las muchachas o los muchachos —o ambos en este caso— para efectuar una competencia obscena en la que se trata de echar una maldición que supere la del contrario. Estoy pensando en el concurso de escatología que se celebró en el tercer piso del dormitorio universitario para muchachas donde estoy. Las palabras de cuatro letras que se profirieron esa noche hubieran ruborizado a un policía que lucha contra el vicio”.
¿Está usted de acuerdo con que el lenguaje blasfemo está justificado? ¿Son realmente perjudiciales las obscenidades?

‘¿Solo por diversión?’

¿Qué es un “concurso de escatología”? Una definición de escatología dice: “Estudio de los excrementos”. La palabra también se ha aplicado al estudio de lo obsceno. ¿Qué opina usted sobre el tratar de superar a otras personas en el uso de lenguaje vil?
El objetivo de las competencias de maldiciones en las que algunos jóvenes participan con frecuencia hoy día es insultar a la madre del contrario en un intercambio de palabras en que se trata de superar al adversario. Los oponentes, que por lo general son dos, están rodeados de un grupo de amigos que se ríen mientras oyen que un adversario más ingenioso degrada a la madre de su amigo. Una práctica parecida es la de insultar con nombres ofensivos. Ésta es la práctica de describir la apariencia de otra persona asemejándola a algún animal desagradable, como el cerdo, la rata o la mofeta.
Tales prácticas, junto con el hacer chistes obscenos como forma de entretenimiento, se han convertido en algo muy común. Al tomar parte en ellas, los participantes dan a entender que las indecencias no son tan malas, pues pueden bromear sobre ellas. Y señalan: ‘Mire cuántas personas se ríen’. Sin duda tales prácticas han contribuido a que las obscenidades hayan llegado a formar parte del habla diaria, y que hasta las personas “profesionales” y “sofisticadas” las profieran. Sin embargo, ¿es el decir obscenidades más perjudicial, potencialmente, que lo que muchos creen?

El efecto de las obscenidades

Las palabras obscenas son para la boca lo mismo que la pornografía para el ojo. La pornografía verbal recurre a fantasías sexuales. Por lo tanto, ¿qué pudiera suceder si alguien dijera con regularidad palabras explícitas sobre asuntos sexuales? ¿No sentiría tal persona mayor inclinación a llevar a cabo aquello de lo cual habla? Ciertamente es significativo que el tremendo aumento en el uso de obscenidades sea comparable con el aumento en la fornicación, el adulterio y la homosexualidad.
En vista de eso, bien pudiera ser que usted viera la sabiduría del consejo bíblico que insta: “Que la fornicación e inmundicia de toda clase o avaricia ni siquiera se mencionen entre ustedes, así como es propio de personas santas; tampoco comportamiento vergonzoso, ni habla necia, ni bromear obsceno, cosas que no son decorosas”. (Efesios 5:3, 4.)
El hecho es que la persona de habla obscena se está corrompiendo a sí misma. Y esparce a otras la degeneración cada vez que repite obscenidades. Por consiguiente, con razón la Biblia aconseja: “Mas ahora realmente deséchenlas todas de ustedes, ira, cólera, maldad, habla injuriosa y habla obscena de su boca”. “No proceda de la boca de ustedes ningún dicho corrompido” (Colosenses 3:8; Efesios 4:29). Además nos insta: “Desechen toda suciedad” (Santiago 1:21). El obrar de manera contraria a estos consejos resulta en el desagrado de Dios.
También, piense en esto: Si dos personas participan en un intercambio de insultos verbales, ¿mejora esto las relaciones entre ambas? E incluso si, como resultado de un insulto verbal, se evitara una pelea, ¿puede decirse en realidad que se resolvió el problema entre ambas? ¡Qué va! Por otra parte, ¿no aumenta realmente la posibilidad de que estalle una pelea, en vez de minimizarla, el proferir insultos verbales?
¿Cómo se promueven, pues, el amor y la comprensión? Por medio de negarse a ‘devolver mal por mal’. La Palabra de Dios manda: “No se venguen ustedes mismos”. Más bien, “cédanle lugar a la ira” por medio de dejar la venganza en manos de Dios. Las palabras y acciones bondadosas de usted para con alguien que es injurioso ‘amontona brasas ardientes sobre la cabeza de él’, y puede que contribuya a templar la actitud de él para con usted. Es prudente seguir en todo momento este consejo bíblico positivo: “Estén bendiciendo y no maldiciendo”. (Romanos 12:17-20, 14.)

Evite caer en la trampa

Es patente que tenemos que estar alerta constantemente contra el dejarnos llevar por las tendencias de este mundo blasfemo. Ninguno de nosotros está inmune a que éste nos infeste. Como dice Burges Johnson, escritor de un libro sobre lenguaje blasfemo: “Si el lenguaje blasfemo es por lo general un mal del vocabulario, ¿cómo se transmite y quiénes lo contraen? La respuesta es fácil: no solo es contagioso, sino también infeccioso, pues hay gérmenes de éste plantados profundamente dentro de todos nosotros”. La Biblia confirma que, como humanos imperfectos, tenemos la inclinación a ser atraídos por actividades incorrectas e inmorales. De modo que tenemos que luchar contra el uso de habla obscena. (Génesis 8:21; Salmo 51:5.)
El evitar el habla obscena empieza con aprender a controlar las emociones y acciones que llevan a ella. ¿Cuáles son éstas? La Biblia contesta: “Quítense de ustedes toda amargura maliciosa y cólera e ira y gritería y habla injuriosa” (Efesios 4:31). Así que, antes de llegar al punto de estar tan encolerizado con alguien que usted desee maldecirlo, deténgase y esfuércese por enfocar su atención en las cosas buenas que usted conoce acerca de esa persona. No permita que la cólera le haga usar lenguaje obsceno. Procure prestar atención al mandato bíblico: “No salga nada desenfrenado de su boca”. (1 Samuel 2:3.)
Usted puede acudir a la Palabra de Dios, la Biblia, como fuente de pensamientos rectos. Al llenar su mente de pensamientos apropiados, estará fortaleciendo los deseos correctos del corazón. ¿Qué efecto tendrá esto en su habla? Jesús declaró: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca”. (Mateo 12:34.)
No titubee en orar por la ayuda de Dios y pedir Su espíritu. El salmista oró: “Pon guardia, sí, oh Jehová, para mi boca; pon vigilancia, sí, sobre la puerta de mis labios” (Salmo 141:3). Mediante nuestra propia vigilancia para controlar nuestra lengua, junto con el apoyo de Dios, podremos evitar la trampa del lenguaje blasfemo.

Fuente: w83 15/6 6-7 (Atalaya de 15 de Junio de 1983, páginas 6 y 7)