Se recupera el nombre divino en la traducción.
Basándose en estos hechos, algunos traductores han incluido el nombre “Jehová” en sus traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas. The Emphatic Diaglott, una traducción del siglo XIX hecha por Benjamin Wilson, utiliza el nombre Jehová varias veces, en particular donde los escritores cristianos citan de las Escrituras Hebreas. Pero ya en el siglo XIV se había empezado a usar el Tetragrámaton en traducciones de las Escrituras Cristianas al hebreo, como en la del libro de Mateo que hizo Shem-Tob ben Isaac Ibn Shaprut, y que incorpora su obra ʼÉ·ven bó·jan. En las citas de las Escrituras Hebreas que aparecen en ese evangelio, la traducción de Shem-Tob empleó el Tetragrámaton siempre que este aparecía. Desde entonces, muchas otras traducciones hebreas han seguido esa misma norma.
Sobre lo propio de este proceder, nótese lo que dijo R. B. Girdlestone, anterior director del Wycliffe Hall (Oxford), antes de que se conociesen los manuscritos que mostraban que en un principio en la Septuaginta aparecía el nombre Jehová. Dice: “Si aquella versión [la Septuaginta] hubiera retenido el término [Jehová], o siquiera hubiera utilizado una palabra griega para Jehová y otra para ʼĂdônây, es indudable que tal uso se habría retenido en los discursos y argumentaciones del N[uevo] T[estamento]. Así nuestro Señor, al citar el Salmo 110, en lugar de decir, ‘Dijo el Señor a mi Señor’, hubiera podido decir ‘Jehová dijo a ʼĂdônîy’”.
Basándose en esta misma premisa (ya probada cierta), añade: “Supongamos que un erudito cristiano estuviera dedicado a traducir el Nuevo Testamento al hebreo, y que tuviera que considerar, cada vez que apareciera la palabra Κύριος, si había algo en el contexto que diera indicación de su verdadera representante hebrea. Esta es la dificultad que surgiría en la traducción del N[uevo] T[estamento] a todos los lenguajes si se hubiera dejado que el título Jehová se mantuviera en el A[ntiguo] T[estamento] [de la Septuaginta]. Las Escrituras hebreas serían una guía en muchos pasajes. Así, allí donde aparece la expresión ‘el ángel del Señor’, sabemos que el término ‘Señor’ representa a Jehová. A una conclusión similar es a la que se llegaría con la expresión ‘la palabra del Señor’ si se siguiera el precedente establecido por el A[ntiguo] T[estamento]. Lo mismo también en el caso del título ‘el Señor de los ejércitos’. Pero allí donde aparece la expresión ‘mi Señor’ o ‘nuestro Señor’ sabríamos que el término Jehová sería inadmisible, y que el término a utilizar debería ser ʼĂdônây o ʼĂdônîy”. (Sinónimos del Antiguo Testamento, traducción y adaptación de Santiago Escuain, 1986, pág. 51.) Esta premisa ha servido de base a las traducciones de las Escrituras Griegas antes mencionadas para incluir el nombre Jehová.
A este respecto es sobresaliente la Traducción del Nuevo Mundo, usada en toda esta obra, en la que el nombre divino, escrito “Jehová”, aparece 237 veces en las Escrituras Griegas Cristianas. Como ya se ha mostrado, la inclusión del nombre está bien fundada.
Uso y significado del Nombre en tiempos antiguos.
A menudo se han aplicado mal los pasajes de Éxodo 3:13-16 y 6:3 para indicar que el nombre de Jehová se le reveló por primera vez a Moisés poco antes del éxodo de Egipto. Es cierto que Moisés formuló la pregunta: “Supongamos que llego ahora a los hijos de Israel y de hecho les digo: ‘El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes’, y ellos de hecho me dicen: ‘¿Cuál es su nombre?’. ¿Qué les diré?”. Pero esto no significa que él o los israelitas no conociesen el nombre de Jehová. El mismo nombre de la madre de Moisés —Jokébed— posiblemente significa “Jehová Es Gloria”. (Éx 6:20.) Seguramente la pregunta de Moisés estaba relacionada con las circunstancias en las que se hallaban los hijos de Israel. Habían sufrido dura esclavitud durante muchas décadas sin ninguna señal de alivio. Es muy probable que se hubiesen infiltrado en el pueblo la duda y el desánimo, y como consecuencia se habría debilitado su fe en el poder y el propósito de Dios de liberarlos. (Véase también Eze 20:7, 8.) Por lo tanto, el que Moisés simplemente dijera que iba en el nombre de “Dios” (ʼElo·hím) o el “Señor Soberano” (ʼAdho·nái) no hubiera significado mucho para los israelitas que sufrían. Sabían que los egipcios tenían sus propios dioses y señores, y sin duda tuvieron que oírles mofas en el sentido de que sus dioses eran superiores al Dios de los israelitas.
Asimismo, se ha de tener presente que en aquel entonces los nombres tenían un significado real, no eran simples “etiquetas” para identificar a una persona, como ocurre hoy día. Moisés sabía que el nombre de Abrán (que significa “Padre Es Alto [Ensalzado]”) se cambió a Abrahán (que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”), y que el cambio obedeció al propósito de Dios con respecto a Abrahán. El nombre de Sarai también se cambió a Sara y el de Jacob, a Israel, y en cada caso el cambio puso de manifiesto algo fundamental y profético en cuanto al propósito de Dios para ellos. Moisés bien pudo preguntarse si entonces Jehová se revelaría a sí mismo bajo un nuevo nombre para arrojar luz sobre su propósito con respecto a Israel. El que Moisés fuese a los israelitas en el “nombre” de Aquel que le envió significaba que era su representante, y el peso de la autoridad con la que Moisés hablase estaría determinado por dicho nombre y lo que representaba. (Compárese con Éx 23:20, 21; 1Sa 17:45.) Así pues, la pregunta de Moisés era significativa.
La respuesta de Dios en hebreo fue “ʼEh·yéh ʼAschér ʼEh·yéh”. Aunque algunas versiones traducen esta expresión por “YO SOY EL QUE SOY”, hay que notar que el verbo hebreo (ha·yáh) del que se deriva la palabra ʼEh·yéh no significa simplemente “ser”, sino que, más bien, significa “llegar a ser” o “resultar ser”. No se hace referencia a la propia existencia de Dios, sino a lo que piensa llegar a ser con relación a otros. Por lo tanto, la Traducción del Nuevo Mundo traduce apropiadamente la expresión hebrea supracitada de este modo: “YO RESULTARÉ SER LO QUE RESULTARÉ SER”. Después Jehová añadió: “Esto es lo que has de decir a los hijos de Israel: ‘YO RESULTARÉ SER me ha enviado a ustedes’”. (Éx 3:14, nota.)
Las palabras que siguen a esta declaración muestran que no se estaba produciendo ningún cambio en el nombre de Dios, sino solo una mejor comprensión de su personalidad: “Esto es lo que habrás de decir a los hijos de Israel: ‘Jehová el Dios de sus antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes’. Este es mi nombre hasta tiempo indefinido, y este es la memoria de mí a generación tras generación”. (Éx 3:15; compárese con Sl 135:13; Os 12:5.) El nombre Jehová viene del verbo hebreo ha·wáh, “llegar a ser”, y significa en realidad “Él Causa Que Llegue a Ser”. Este significado presenta a Jehová como Aquel que, con acción progresiva, hace que Él mismo llegue a ser el Cumplidor de promesas. De este modo siempre hace que sus propósitos se realicen. Solo el Dios verdadero podría llevar tal nombre de manera apropiada y legítima.
Lo antedicho ayuda a entender el sentido de lo que después le dijo Jehová a Moisés: “Yo soy Jehová. Y yo solía aparecerme a Abrahán, Isaac y Jacob como Dios Todopoderoso, pero en cuanto a mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos”. (Éx 6:2, 3.) Dado que aquellos patriarcas, antepasados de Moisés, habían utilizado muchas veces el nombre Jehová, es obvio que Dios se refería a que se les había manifestado en la dimensión de Jehová solo de manera limitada. Para ilustrarlo: difícilmente se podría decir que aquellas personas que habían conocido a Abrán en realidad le conocieron como Abrahán (“Padre de una Muchedumbre [Multitud]”) mientras solo tenía un hijo, Ismael. A medida que le nacieron Isaac y otros hijos, y estos a su vez tuvieron prole, el nombre Abrahán adquirió mayor significado. Del mismo modo, también el nombre Jehová entonces adquiriría un significado más amplio para los israelitas.
Por lo tanto, “conocer” no significa simplemente estar informado o saber de algo o alguien. Nabal, un hombre insensato, conocía el nombre de David, pero a pesar de eso preguntó: “¿Quién es David?”, como diciendo: “¿Qué importancia tiene él?”. (1Sa 25:9-11; compárese con 2Sa 8:13.) De igual manera, Faraón le dijo a Moisés: “¿Quién es Jehová, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel”. (Éx 5:1, 2.) Con estas palabras Faraón estaba diciendo que no conocía a Jehová como el Dios verdadero, ni como alguien que poseyera autoridad alguna sobre el rey de Egipto y sus asuntos, ni que tuviera poder para llevar a cabo su voluntad como se había anunciado por medio de Moisés y Aarón. Pero entonces Faraón y todo Egipto, así como los israelitas, llegarían a conocer el verdadero significado de ese nombre, la persona a quien representaba. Como Jehová le mostró a Moisés, eso llegaría como resultado de que Él realizase su propósito para con Israel: liberar al pueblo y darle la Tierra Prometida, cumpliendo así el pacto que había hecho con sus antepasados. De este modo, como Dios dijo, “ustedes ciertamente sabrán que yo soy Jehová su Dios”. (Éx 6:4-8
)
Por lo tanto, el profesor de hebreo D. H. Weir dice que los que alegan que en Éxodo 6:2, 3 se revela por primera vez el nombre Jehová “no han estudiado [estos versículos] a la luz de otros textos; de otro modo se hubieran dado cuenta de que la palabra nombre no hace referencia a las dos sílabas que componen la voz Jehová, sino a la idea que esta expresa. Cuando leemos en Isaías cap. LII. 6, ‘Por tanto, mi pueblo sabrá mi nombre’, o en Jeremías cap. XVI. 21, ‘Sabrán que mi nombre es Jehová’, o en los Salmos, Sl. IX [10, 16], ‘Y en ti confiarán los que conocen tu nombre’, vemos en seguida que conocer el nombre de Jehová es algo muy diferente de conocer las cuatro letras que lo componen. Es conocer por experiencia que Jehová es en realidad lo que su nombre expresa que es. (Compárese también con Is. XIX. 20, 21; Eze. XX. 5, 9; XXXIX. 6, 7; Sl LXXXIII. [18]; LXXXIX. [16]; 2 Cr. VI. 33.)”. (The Imperial Bible-Dictionary, vol. 1, págs. 856, 857.)