10 de julio de 2017

Un día frío, escribo...




El día esta cargado de nostalgia. Afuera, los niños corren en medio de la pequeña plazuela verde, cercada de piedras. El aire frío de la mañana muchas veces nos hace estar un poco pensativos, pero el estar afuera, dando cursos, es mejor que estar en casa. El frío parece dejar de abrazarnos y sentimos una tibieza especial cuando subimos y bajamos por las laderas de los cerros. No es el calor corporal, no, es algo más. Algo más profundo, tibio y dulce, un pequeño gozo que crece desde el centro del corazón y parece elevarnos unos milímetros de la aspereza del suelo. Uno llega y el saludo es siempre una sonrisa. No sé porque, entonces, siempre a uno le dan ganas de sonreír a todas las personas. ¿Es porque este mensaje suave y cálido que llevamos, es un mensaje de amor, buenas nuevas que brotan de unos labios agradecidos hasta posarse en los oídos de quien quiera oír? Y este mensaje, claro, es algo muy intimo, sereno, un río de paz, como un bosque arrullado por un canto.
A todas las personas les gusta oír. O a casi todas. Y de todas las personas que oyen este mensaje, muchas te piden volver. Son ellas las que motivan a dar un esfuerzo más, un paso más , una cuesta más, un poco de aire frío  y a subir y bajar. 
Esta temporada no es tan fría como otras. El mensaje de Jehová puede atravesar los hielos mas duros, los lugares más inhóspitos. Es cierto. Cualquiera puede corroborarlo. Se predica en lugares como Rusia, en las estepas áridas y heladas, pero nada de eso sucede aquí. Lima es una ciudad otoñal. No hay inviernos crudos como los de Europa o en los Andes peruanos, donde, ahí sí, la temperatura desciende hasta veinte grados bajo cero. Abrigarse es casi imposible. Un abrazo de hielo. Pero aquí el clima, gracias a Jehová, es benigno, un leve frío con algunas oleadas de un sol tibio y tímido. La humedad también parece, no es tanta como la de otras épocas. Recuerdo informes en que se decía que esta bordeaba el noventa por ciento e incluso más. Respirábamos agua.
Mi esposa llega y escucho como abre la puerta, se acerca y me da un tierno beso en la mejilla. Me gusta su aroma. Parece un bouquet de flores. Es hora de almorzar , me dice tiernamente. Le hago caso. Apago la computadora y dejó para después esta pequeña confesión.

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